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«Si la cultura no es algo estratégico, que venga Dios y lo vea». En estos términos se expresaba hace un par de días Pablo Novoa, exguitarrista del mítico grupo vigués Golpes Bajos y director musical de la banda de Late Motiv, a raíz de ... las protestas promovidas por el movimiento Alerta Roja, paraguas bajo el que se resguardan muchas de las reivindicaciones del sector del espectáculo ante la caída en picado de los eventos en directo. No es casualidad que esta arenga se inserte en un espacio tan cuidadoso con la cultura como es el programa de Andreu Buenafuente -galardonado recientemente con un merecido Premio Nacional de Televisión-, y tampoco lo es que la declaración salga de los labios de un músico: los profesionales que trabajan en la industria de la música son los más perjudicados por unas normas que disfrazan la arbitrariedad y los prejuicios que las atraviesan de gestión sanitaria; prejuicios que, por ejemplo, equiparan los conciertos con las aglomeraciones, el alcohol y el desorden. Para todos esos políticos que son más de series que de música, va un spoiler de parte de una guionista melómana: la covid, que sepamos, todavía no se contagia por los oídos.
Pablo Novoa tiene razón. Si la cultura no es estratégica, tenemos un problema grave como país. Sin embargo, la estrategia gubernamental parece distinta: mientras algunos sectores, como el turístico o el hostelero, están siendo cuidados por las administraciones; el tejido cultural, pese a la fragilidad y la intermitencia propias de muchos de los puestos de trabajo que genera, ha quedado abandonado a su suerte. Al final van a tener razón otra vez los chicos de Golpes Bajos: malos tiempos -éstos y casi todos- para la lírica.
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