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Hay decisiones que son, por definición, malas. Que se toman en el filo de una navaja, sabiendo que cualquiera de las opciones es penosa y que alguna es directamente horrible. Esto es, además, la vida real. O sea, que no habrá nadie que luego nos ... absuelva con un gesto magnánimo, ni alumnos que se suban a las mesas al grito de «oh capitán, mi capitán». Quizá, de hecho, uno acabe en los tribunales.
Pienso en esto cada vez que oigo a los capitanes intrépidos de las decisiones correctas a posteriori que tanto abundan estos días. Sí, hay muchas cosas que se hicieron y que quizá se hubieran podido hacer de otra manera. Y hay muchas decisiones que se tomaron y que no se podían explicar en su momento, porque es mejor evitar el ruido para algunas cosas.
Mandar a los tribunales a las autoridades sanitarias tras unos meses tan penosos me parece simplemente una bellaquería. Y para esto no tengo color político. Me parece asombroso apuntar a Simón o al delegado del gobierno en Madrid por el 8M, como si supieran lo que iba a venir y les diera igual. Me parece también asombroso apuntar a la comunidad de Madrid por los protocolos que se tomaron con respecto a las residencias de ancianos. Y este último caso es el mejor ejemplo de las decisiones diabólicas de las que hablaba: con los hospitales reventados, las UCI al triple de su capacidad y los sanitarios al límite, llega el momento de optar por a quiénes debes intentar salvar. Y no se me ocurre una decisión peor en la vida.
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