Mala salud

Colapso en urgencias, saturación de las unidades, agotamiento del personal sanitario en La Rioja. Los titulares corresponden a esta semana, pero son análogos a los que publicaba el periódico hace tres, cuatro, cinco, seis años. La situación límite a la que ha llegado la sanidad ... riojana ha dejado de ser noticia para convertirse en una constante, y el estrés al que la pandemia ha sometido el sistema no ha hecho más que acelerar lo que ya bullía por dentro. Las noticias que llegan del resto de comunidades y la perspectiva temporal dejan un par de confirmaciones que sirven de poco alivio. Las carencias –falta de profesionales, estrés de las plantillas, agendas apretadas, retribuciones impropias– no son exclusivas de un solo territorio y su resolución no va (al menos en su raíz) ni de siglas políticas ni del grado de externalización de servicios. Los efectos secundarios que provoca la actual coyuntura son casi más dolorosos. Las escenas de tensión entre pacientes y sanitarios que antes parecían puntuales empiezan a hacerse más frecuentes, con inaceptables episodios de agresiones físicas y verbales como el vivido, sin ir más lejos, el pasado martes en el San Pedro. Y algo especialmente grave: la reticencia de no pocos usuarios a consultar con su médico a sabiendas de que la consulta llegará tarde o las prisas harán improbable un diagnóstico certero. La sanidad, esa joya de la corona en la que tanto se ha confiado, alardeando de ella como sello diferencial con otras sociedades brilla menos, y el déficit en Atención Primaria sigue lastrando el resto de un sistema intercomunicado. Está por ver si el mal tiene cura o se hace crónico.