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Tirando de diccionario académico, el término «educación» encierra dos significados bien distintos. Uno, «crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y jóvenes». El otro, «cortesía, urbanidad». O sea, que define tanto la educación que recibe un individuo en sus primeros años como ... el modo de aplicarlo en su vida adulta. Por lo tanto, no es lo mismo ser un maleducado que estar mal educado. Mientras que este último seguramente no recibió en su día una instrucción adecuada, el maleducado posiblemente sí, o no, pero en todo caso no la ejerce. Y para tratar de explicarme pondré dos ejemplos de bichos de la naturaleza necesitados de educación: el niño gritón y el perro ladrador.
Si aceptamos que el principio fundamental de la convivencia humana puede resumirse con la paráfrasis primum non perturbare, ante todo no molestar, una de las cosas que más pueden quebrarla es aquel tipo de contaminación que ni se ve ni se toca ni sabe ni huele, pero que también perjudica la salud: el ruido. Y de todas las pequeñas torturas acústicas que padecemos por vivir en comunidad, pocas tan insoportables como los incesantes chillidos de críos y ladridos de chuchos, no maleducados, sino mal o no educados por quienes deben.
El tormento empeora en verano, cuando el buen tiempo les permite explayarse a ladrido suelto y a voz en grito a la intemperie. Se me replicará que es normal que los niños griten y los perros ladren. Ocasionalmente sí, claro. Pero no hay por qué aguantar durante horas a niños incapaces de comunicarse si no es chillando o a perros que no paran de ladrar ni un instante, ante el impasible e incluso complaciente consentimiento de los maleducados responsables de un adiestramiento no solo posible, sino imprescindible para ejercer el respeto a los demás, pero sobre todo al más cercano, que eso significa prójimo. Por supuesto, la culpa no es de los bichos, sino de sus propietarios.
La nuestra es una sociedad que parece odiar, o quizá temer el silencio, y amar en cambio el decibelio. Pocas escenas tan anormales como un grupo de personas gritando para tratar de entenderse sobreponiéndose al estruendo del chunchún en un bar o al griterío de los otros comensales en la terraza o el restaurante. En estos tiempos del derecho a todo se olvida uno tan elemental como al descanso, el reposo y, en definitiva, al silencio, materia principal de la asignatura eternamente pendiente tras enésimas reformas del sistema educativo ocupándose de chorradas: la empatía.
No he pretendido incomodar a ningún progenitor de niño gritón o dueño de perro ladrador, sino llamar su atención sobre un problema social del que quizá no sea consciente por estar mal educado. Y si lo es, entonces es un maleducado. Que no es lo mismo.
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