Para aquellos de vosotros que me sacáis ya algunos años, el accidente de los Andes de 1972 es un acontecimiento conocido. Bien porque fuisteis testigos ... de las noticias sobre lo ocurrido en aquel momento, bien porque ya conocíais la crónica sobre el trágico suceso gracias a la película de Frank Marshall ¡Viven!, estrenada en 1993. Sin embargo, la historia del Vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya ha vuelto a salir a la luz gracias a La sociedad de la nieve, el film de Juan Antonio Bayona y, con ello, ha llegado a miles de personas que, como yo, la desconocían.
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La película de Bayona relata la experiencia vivida por los 45 pasajeros del avión que se estrelló contra la cordillera de los Andes aquel viernes 13 de octubre de 1972. Cuenta la historia de ese avión en el que viajaban, entre otros, los jóvenes miembros de un equipo de rugby uruguayo. Explica las hazañas que protagonizaron durante nada más y nada menos que los 72 días que pasaron en uno de los hábitats más inhóspitos del planeta. Luchando a cada paso por aquello más preciado que todos y cada uno de nosotros poseemos: la vida.
La película que, aunque parece ficción, cuenta la pura (y dura) realidad de aquellos días, se ha ganado el bien merecido honor de contar no sólo con una, sino con dos nominaciones a los premios Oscar: la primera, a mejor película internacional; la segunda, a mejor maquillaje y peluquería. Este largometraje, aclamado por la crítica y por el público, es un gran reconocimiento al cine español. Pero lo más remarcable sobre la película, dejando a un lado las cifras y los premios, es la humanidad con la que la historia ha sido contada.
Hablando en primera persona, y con la certeza de coincidir con muchos de vosotros, no pude evitar ponerme en la piel de los protagonistas durante el visionado de la película y preguntarme a cada momento qué haría yo en una situación como esa. Admirando a esos chicos de mi edad, e incluso menos, sobrecogida por los males que los supervivientes llegaron a superar, maravillada por su ingenio, su pericia, su tenacidad y su valor.
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Se trata de una obra soberbia, capaz de traspasar la pantalla, que consigue mostrar cada detalle de forma explícita, pero sin llegar a ser grotesca. Y que despierta el interés de todo espectador por conocer más acerca de lo acontecido. Por saber qué sucedió. Por conocer las fotografías. Las cartas manuscritas a los familiares. Las entrevistas. Los testimonios. Las vidas de supervivientes. Y también las de los fallecidos.
Es una película que debe ser vista. Una de esas que llamamos imprescindibles. Que nos hace preguntarnos sobre la fe, sobre Dios, sobre la esencia de la vida, sobre el sentido de la misma. Sobre la palabra familia, sobre la amistad. Sobre el concepto de equipo. Sobre la esperanza. Aquel milagro, o tragedia, nos viene a recordar una lección que, en los tiempos que corren, de abatimiento y desánimo generalizados, no nos viene nada mal evocar.
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