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A vísperas del Día del Trabajador, un día para conmemorar y celebrar los logros alcanzados por los trabajadores, se me ha ocurrido parar a preguntar ... qué vamos a celebrar los jóvenes en este día. ¿Cuáles son los éxitos que vamos a festejar nosotros en el ámbito laboral?
Desde hace tiempo recae sobre nosotros la etiqueta de generación de cristal. Una generación de débiles. De inmaduros. De irrealistas. De gente sin capacidad de sacrificio, ni ambición. De personas que no tienen los pies en la tierra. Nos acusan de vivir en el aquí y en el ahora. De no esforzarnos lo suficiente para conseguir un futuro mejor. De ser demasiado exigentes con el mercado laboral. Y de no querer mancharnos las manos para ganarnos el pan. Después de esa retahíla de críticas que recaen sobre nosotros, y que es sólo una breve síntesis de lo que una buena parte de la población opina sobre nosotros como generación, creo que es hora de que defendamos nuestra posición.
No se puede negar el problema del relevo generacional en determinados sectores. Ahora nadie quiere ser agricultor, pescador, transportista o trabajar en la construcción. Todos queremos ser policías, enfermeros, profesores o disfrutar del calor de una oficina pegados a un ordenador. Pero, ¿y nosotros qué culpa tenemos? Nos vendieron el cuento de la universidad y nos lo comimos con patatas. Nos dijeron: «Estudiad, que así tendréis un buen trabajo». Y nosotros no hicimos otra cosa que obedecer. Así que, tal vez, el problema no venga de nosotros, sino de quienes nos enseñaron que hay trabajos buenos y trabajos malos, ¿o no?
Y ahora, después de hipotecar una buena cantidad de años estudiando; primero el bachillerato, luego la carrera, luego el máster, luego el otro máster, y luego el otro. Y luego el inglés, y luego el francés, y luego el alemán y el chino. Y luego. Y luego. Y luego... ¿Por dónde iba? ¡Ah! ¡Sí! Ahora, después de todo eso, vienen a decirnos que hay sobrecualificación, y que somos unos vagos, y que nos pongamos a trabajar de lo que haya y punto.
Porque claro, la precariedad de las ofertas de empleo no es ningún problema. La culpa es sólo nuestra. Pero entonces me gustaría que probaran a enviar currículums y me dijeran cuántas respuestas obtienen. Porque claro, ahí les darán dos opciones: bien, que trabajen por un sueldo irrisorio, bien que entra en juego la tan famosa experiencia que no tanta gente está dispuesta a permitirnos obtener. Y entonces vienen más críticas, y nos dicen que por qué queremos opositar, que vamos a estar estudiando hasta los treinta. Pero, y digo yo, en el fondo ¿no será mejor eso que estar en el paro tocándonos la nariz?
Generación de cristal nos llaman. Pero que vengan y se lo digan a todos los jóvenes que conozco, que no son pocos, que son pluriempleados, que estudian y trabajan, y que siguen intentando ganarse la vida. Aunque les hayan pintado como imposible comprarse una casa o jubilarse antes de los setenta. Que vengan. A todos ellos. Y que se lo digan.
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