Cuentan los duendes que se ocultan entre la duda y el remordimiento que la víspera de la apertura del año judicial, Carlos Lesmes, flamante presidente del Tribunal Supremo de España y del Consejo General del Poder Judicial, durmió fatal. Padeció de un tipo de pesadillas ... que ni el propio Freud imaginó. La visión que lo sobresaltó jamás había ocurrido en España desde que la democracia habitó entre nosotros. Todo comenzó en diciembre de 2018 cuando su mandato caducó y se quedó en funciones esperando un relevo que nunca llega. Desde entonces Lesmes sueña que su barba crece y crece cada día que pasa. Al principio se soñó como el mago Gandalf el Gris, en el Señor de los Anillos, pero según pasan los días, los meses y los años, se sueña cayendo por los abismos como un yogur con fecha de caducidad que solo puede ser devorado por los orcos malvados porque las gentes de bien de la Tierra Media jamás de los jamases lo acogerían. Mientras vagaba por los eternos, la luz lo resucitó del sueño y se vio a sí mismo con cientos de años, como Gandalf el Blanco, empuñando su bastón mágico e iluminando desde la Tierra Media hasta España en su sillón del Tribunal Supremo. El susto y la amenaza de la eternidad de su cargo le dieron la fuerza que no tuvo años atrás. Recortando su barba, menos luenga que la de Gandalf, exclamó: –¡Se van a enterar los elfos, los enanos, hobbits, tirios y troyanos!

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Cuando Lesmes abrió la boca, la expectación era máxima en el salón del Tribunal Supremo. Muchos quedaron estupefactos, incluido el rey de España, que evitó pestañear. Su voz atronó como la del mago Gandalf. Dijo que el deterioro de la Justicia es una hecatombe y que si los partidos mayoritarios no llegan a un acuerdo en breve los cielos se abrirán, rugirán los vientos y tendrá que adoptar decisiones que «·ni queremos ni nos gustan». A más de uno se le ha helado la sonrisa. Lesmes es un magistrado conservador que sirvió al gobierno de Aznar como director general de Relaciones con la Administración de Justicia.

Aunque a Alberto Nuñez Feijóo no se le han movido ni las gafas, sabe que esta es una dura advertencia que procede de su campo ideológico. Uno de los suyos ha dicho, alto y claro, que no cumplir la Constitución es un «estropicio» sin precedentes para la Justicia y para España. Es un error creer que a la ciudadanía no le preocupa tener un Consejo General del Poder Judicial caducado porque cada día es más evidente quien promueve, avala y se beneficia del reiterado incumplimiento de la Constitución. La credibilidad política no se consigue propinando una patada a la Justicia y a la Carta Magna. Incumplir la ley sin rubor ni vergüenza y pedir después respeto es demasiado cínico. Esta prolongada insumisión constitucional es una villanía, un motín democráticamente imperdonable.

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