La campaña oficial para las elecciones a la Asamblea de la Comunidad de Madrid dio comienzo ayer, cuando muchos ciudadanos de aquella autonomía y del resto de España tienen sobradas razones para desear que acabe ya. En un clima general de confrontación partidaria permanente, los ... comicios del 4-M en Madrid han introducido un mayor grado de enconamiento que se proyecta hacia el conjunto de la política española. El pulso deliberado entre Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez para que las urnas madrileñas hablen poco menos que en nombre de todos los españoles resulta especialmente desconsiderado para con millones de ciudadanos que forman parte de otras autonomías y preferirían ser consultados directamente sobre el destino del país. La carga ideológica y maniquea que los contendientes han desplegado en las últimas semanas vacía el debate público de propuestas y planteamientos programáticos sobre lo que los madrileños pueden esperar en adelante, al margen del enfrentamiento entre quienes quieren hacerse con toda la derecha y quienes tratan de representar a toda la izquierda. El hecho de que sean las instituciones de gobierno –el Ejecutivo autonómico y el central– los protagonistas de la liza electoral, con los partidos como meros convidados a aplaudir a sus respectivos responsables públicos, ha introducido además un factor que afecta muy negativamente al funcionamiento unitario y leal del Estado compuesto en el momento más difícil para el país desde el restablecimiento de las libertades.
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En Madrid no solo se ha puesto en juego el éxito o el fracaso de unos dirigentes políticos, y de su impronta en la trayectoria futura de las siglas a las que pertenecen. Independientemente del escrutinio final del 4 de mayo, en la extenuante batalla madrileña se está devaluando la propia política democrática. Y ello aunque la rivalidad sin tregua despierte interés por las estridencias de cada día, o el proceso electoral pueda desembocar en una jornada con una alta participación de votantes. Las dos semanas que restan para el 4-M son la oportunidad que les queda a las candidaturas madrileñas, y sobre todo a Sánchez y a Ayuso, para atenuar la crispación y ofrecer soluciones razonadas a los problemas ciudadanos en clave de estabilidad institucional. Una oportunidad que no pueden desaprovechar sin empantanar aun más la política española.
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