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La Historia y las emociones funcionan por capas. Y los relatos, y la memoria, y el tiempo, y las familias, y la filiación y los sentimientos. Unas capas se encuentran a más profundidad que otras. Por razones, accidentes y circunstancias muy diversas, personales o ajenas, ... extrañas en ocasiones. O paralelas. Unas capas las enterramos nosotros, otras las entierran otros. O se entierran solas. O las perdemos, sin ser del todo conscientes de la pérdida. Hasta un momento de resurgimiento, de reorganización del solar, individual o comunal. Funciona así la geología de nuestra vida. Transcurre con una serie limitada de franjas al descubierto. Pero no todas, en absoluto. Algunas, en cambio, laten, se revuelven, nos reclaman, desde lo profundo. Para completarnos. Personas, palabras, edades, actos, que permanecen ocultos o dormidos (una forma de ocultamiento, de inactividad) durante un largo tiempo, pero que necesitan emerger, respirar. Volver. El cine es también un arte de capas. Capas dinámicas. De rostros sobre fondos. De sonidos sobre silencios. De luces sobre sombras (o viceversa). De colores sobre grises. De tiempo sobre tiempo. El cine saca a la vez que oculta. La pantalla es ese territorio de lo excavado. En sus márgenes queda todo lo demás. Madres paralelas, la última película de Pedro Almodóvar, trata –no daré más detalles sobre su melodrama de campos cruzados– de la clase y el grado de profundidad del sedimento en el que se encuentran estratos, tramos, órganos vitales de nuestras vidas, y de cuándo necesitamos exhumarlos, sin más dilación, para que recuperen el primer plano, en todos los sentidos. Y de cómo esa exhumación, de dolores, produce un orden a la vez restaurado y completamente nuevo. Y qué primeros planos, por cierto, paralelos en el drama, habitan de principio a fin la película. Un reflote, de seres y de ausencias, que provoca a la vez una renacimiento y una remuerte. Una liberación poética. Lorquiana, podría decirse (y la película cita al poeta, que es trasunto de lo enterrado, político y poético, y también de lo yermo y de la soltería en sus mujeres). Madres paralelas también son capas de roles, que se cruzan y transforman; sororios, sobre todo (es una «madrería», palabra que se escucha en la película), pero también sexuales, parentales, generacionales. Capas de Españas, desde Madrid a la vaciada (el vacío es la clave, como gestionar los vacíos). Madres paralelas es también, en lo cinematográfico, de capas, propias de su autor: restos de comedia (hay una frase de Rossy de Palma, emblema del Almodóvar de los orígenes, que el público celebra al borde del ataque de risa), de teatro (los solos de trágica de Aitana Sánchez Gijón) y de generaciones de actrices (de Julieta Serrano a Milena Smit). Y luego está... la tortilla de patatas, la tortilla de nuestras madres; una tortilla inscrita en el recuerdo paralelo de nuestras madres. Es el asunto de capas por excelencia. El tema mayor. Hay secuencias que abrochan a un país, que inmediatamente levantan, en un minuto, una ola de solidaridad y de comunión en la sala. Véase, en Madres paralelas, la secuencia en que Penélope Cruz le enseña a hacer una tortilla de patatas a Milena Smit (de la capa más reciente de la interpretación en nuestro cine). Una vez finalizada, la sala es un coloquio, un reconocimiento gozoso (¡y crítico!, pues cada uno tiene su política para culminar este plato) sobre el resumen del mundo doméstico español que supone la tortilla de patatas. Y se producen comentarios, y un run-run sobre cómo le ha quedado a Penélope Cruz, la tortilla. En Madres paralelas no hay compartimentos estancos entre lo político y lo íntimo. Trata en paralelo de cómo legar el secreto de la tortilla heredada a la vez de nuestras madres y de la necesidad de rescatar de las fosas ominosas los huesos y demás restos, ascendentes y presentes. Así, cada nueva entrega de Almodóvar (y hay cada vez más entrega, afloran más capas suyas) es un acontecimiento, de pura hispanidad también, que es el día en que la veo. Su último plano, memorable, para la historia del cine español y para la Historia, muestra cómo formamos el humus, el territorio de nuestra existencia, cuerpos paralelos, en el arco de la Historia y de las emociones. Cómo podemos estar a la vez muertos y vivos. Magistral, vaya.

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