El presidente francés ha nacido para la batalla. Después de superar serios problemas obtuvo el año pasado un nuevo mandato, en el que ya no cuenta con una mayoría parlamentaria. Enseguida ha decidido plantear una reforma de las pensiones muy impopular, anunciada en su programa ... electoral. La edad de jubilación subiría dos años, de 62 a 64, a la vez que se aumentaría la pensión mínima a 1.200 euros al mes. Los términos de su propuesta parecen sensatos vistos desde cualquier otro país occidental, pero Francia se ha vuelto irreformable. Mientras Emmanuel Macron viajaba esta semana a Barcelona para celebrar una cumbre bilateral con poco contenido y muchas fotos, alrededor de doscientas manifestaciones sacudían su país, protestando contra su reforma. La violencia se volvió a hacer presente. La oposición a los planes del presidente puede derivar en otro movimiento de 'chalecos amarillos', la ola de descontento y anarquía que sacudió las calles a partir de 2018 y casi le derriba. Macron entonces tuvo que frenar su reforma del precio de los combustibles y dedicar meses enteros a escuchar a miles de ciudadanos que, en general, le pedían más protección y más derechos. Realizó con paciencia un ejercicio de empatía que, junto con una correcta gestión de la pandemia, le permitió recuperar popularidad.

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La delicada situación económica de Francia requiere reformas como la que plantea ahora, pero su único aliado posible en la Asamblea Nacional, la derecha republicana, le pide ir más despacio. En el fondo, Macron sabe que en este segundo mandato su liderazgo doméstico no será transformacional, sino que tendrá que conformarse con un enfoque más modesto, paso a paso, basado en resistir los embates de los dos extremos ideológicos, que siguen al alza desde que consiguieron más del 50% del voto el año pasado en las elecciones presidenciales. La inclinación natural de Macron es no quedarse quieto y buscar a través de su proyección internacional construir un liderazgo más vibrante. Pero sin reformas económicas exitosas y paz social, su país pesará cada vez menos en la Unión Europea y globalmente. Los discursos del presidente francés sobre el futuro de nuestro continente están llenos de ideas interesantes y de propuestas valiosas, una voz moderada con audacia y ambición. Sin embargo, Macron no está llamado a ocupar el vacío que ha dejado Angela Merkel y convertirse en el adulto en la habitación del Consejo Europeo. A pesar de las dificultades para entenderse con el canciller Olaf Scholz, el trabajo en tándem con Berlín es su mejor opción. La renovación del histórico Tratado del Elíseo en estos días confirma esta senda.

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