Vamos siempre por las mismas calles porque las rutinas nos configuran y nos dan seguridades, por eso no es de extrañar que haya tanta gente cabreada por las obras que les obligan ahora a tomar rutas distintas, a caminar unos metros más y adentrarse en ... una ciudad que de repente se muestra hostil y desconocida ante la que el personal va lanzando juramentos como si cada protesta fuera el machetazo violento con el que el explorador se abre paso por la selva.

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A mí también me fastidia toda esta revolución de calles porque yo soy muy cuadriculado, pero es un cabreo silencioso; entiendo que algo hay que hacer para acabar con tanta desolación y tanta parálisis urbana. Incluso de vacaciones acabo adoptando costumbres en el nuevo entorno y me desconcierta un poco si no hay espacio para poner la toalla por mi zona de la playa, una parcela de arena como cualquier otra pero que de forma incompresible ya formaba parte de mi mundo.

Somos una especie de animales obstinados como demostró el anciano que el lunes no hizo caso de las señales en Vara de Rey y se subió por el murito del puente que cruza la vía. «Pues yo paso por aquí», se dijo aquel vecino que prefirió jugarse la vida antes que dar un paseo más largo en una mañana de primavera. Otra gente trató de pasar como lagartos por debajo de las barreras, y un operario informó: «Ayer por la tarde una señora cortó el alambre con alicates». Lo piensa el capitán Ahab cuando va persiguiendo a Moby Dick: «No hay locura de los animales de este mundo que no quede infinitamente superada por la locura de los hombres».

Hay algo puramente humano en esa fuerza irracional que nos empuja a tomar siempre la misma ruta como si estuviéramos manejados por un GPS interno y enigmático. No hay que darle muchas vueltas, la gente quiere sus rutinas porque sin ellas anda perdida y termina mirando a los edificios de su propia ciudad con la extrañeza vidriosa con la que Bill Murray observaba el tráfico de Tokio en 'Lost in Translation'. Lo que sí hay que reconocerle al anciano que se saltó la barrera y al que un mal resbalón le pudo costar la vida es que al menos iba con mascarilla.

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