Una rosa en el Ateneo Riojano
M.ª José Marrodán, Piedad Valverde, Carlos Álvarez, Jesús Murillo y Evelyn Pérez
Lunes, 4 de noviembre 2024, 18:17
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M.ª José Marrodán, Piedad Valverde, Carlos Álvarez, Jesús Murillo y Evelyn Pérez
Lunes, 4 de noviembre 2024, 18:17
Rosa Herreros tenía muchas cualidades, pero sobresalía en ella su manera firme y suave a la par de tejer comunidad: lo hizo cuando se puso al frente del Ateneo Riojano en 1986 para revivirlo y darle un nuevo sentido, y lo ha hecho cada vez ... que acudía a un acto y se ofrecía discretamente para ayudar con lo que fuera (y en ese 'lo que fuera' cabían muchas cosas). Hacer comunidad: esa red de significados vital que tejemos unos en torno a otros y que es el contexto en el que indefectiblemente tiene lugar todo lo verdaderamente humano. Si la naturaleza humana está hecha de una sustancia reflectante, Rosa es el espejo en el que mirarnos.
Hoy, a pesar de que ese espejo se nos ha empañado un poco, estamos contentos en el Ateneo Riojano, porque recordamos a Rosa Herreros. Sólo se nos permite la alegría, ella dejó dicho que no lloráramos, que su partida sirviera para reunirnos y hacer planes de futuro en su Ateneo. Rosa era una mujer práctica, no le gustaban las lamentaciones, ni las frases hechas, ni las medias tintas, ni la hipocresía, ni los paños calientes, por eso no podemos exponer aquí la previsible retahíla de elogios. Desde que reabriera el Ateneo en 1977 no faltó nunca a una asamblea ni a una reunión importante y no se andaba por las ramas. Rosa decía siempre lo que pensaba, levantaba la mano para pedir la palabra y esperaba pacientemente su turno, pero jamás levantaba la voz. Esa es su mejor enseñanza, no levantar la voz y levantar la mano. Levantar la mano para intervenir, para aportar, para colaborar, para opinar, para exigir y para construir.
Mientras medio mundo se cruza de brazos ella no cesó ni un solo día de su existencia de luchar por las personas y las ideas en las que creía.
Rosa era creyente. Muy creyente. Creía en los presos de la cárcel, en los migrantes, en los niños y niñas, en sus amigos y amigas, en los ateneístas, en su familia maravillosa. Y también creía en sí misma, por eso aportó tanto a la ciudad de Logroño, a La Rioja y a sus gentes.
En el Ateneo Riojano hemos tenido la suerte de tener esta Rosa de carne y hueso. En nuestros corazones se queda, para siempre, el aroma de su bondad y su dignidad.
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