Hace ahora 50 años, en septiembre de 1973, la historia de la infamia sumó en Chile uno de sus capítulos más terribles con el sangriento golpe de Estado contra el gobierno democrático del presidente Salvador Allende, quien se convertiría en una figura mítica del siglo ... XX. El general golpista Augusto Pinochet laminó de manera sangrienta el intento de Allende de apaciguar un país polarizado y convulso, hecho que fue visto como una amenaza por los Estados Unidos, esa potencia tan democrática que muchas veces conspira para acabar con la democracia en otros países como evidencia su obscena participación en este brutal golpe de Estado.

Publicidad

Pinochet afirmó que su objetivo no era otro que restablecer la institucionalidad quebrantada, pero su misión fue detener la travesía hacia la justicia social que el gobierno de Allende había iniciado a través de la reforma agraria, un adecuado proceso de industrialización y los necesarios avances en igualdad con el fin de ampliar la democracia política. La consecuencia fue la instauración de una dictadura que provocó más de 3.000 asesinados y desaparecidos y cuyas víctimas directas superaron las 40.000 personas.

Ramón Allende, abuelo de Salvador Allende, había escrito cien años antes que la memoria del hombre honrado y virtuoso no muere en el corazón de sus conciudadanos porque la muerte es impotente para borrar el recuerdo. Por eso conviene recordar que también el próximo 16 de septiembre se cumplirán 50 años del asesinato del cantautor chileno Víctor Jara tras ser torturado durante tres días con una violencia escalofriante, ya que la autopsia reveló 30 fracturas óseas y 44 heridas de bala en su cuerpo, finalmente arrojado a un descampado. A Víctor Jara, ejemplo de conciencia política, las canciones le brotaban como flores silvestres mientras reivindicaba con dulzura y determinación el derecho de vivir en paz. Horas antes de morir pudo entregar a sus compañeros su poema «Estadio Chile» que en la parte final expresa: «Canto, qué mal me sales / cuando tengo que cantar espanto. / Espanto como el que vivo, / como el que muero, espanto. / De verme entre tantos y tantos / momentos de infinito / en que el silencio y el grito/ son las metas de este canto. / Lo que veo nunca vi, / lo que he sentido y lo que siento / hará brotar el momento...»

Hay principios decentes que acaban siendo suprimidos por la indecencia disfrazada de un patriotismo falsario. Y tanto Salvador Allende como Víctor Jara defendieron con generosa decencia sus principios hasta el final. La libertad tiene una deuda con ellos que representan el estado puro de la dignidad que la propia libertad atesora, algo que no debemos olvidar en nuestros días tan llenos de egolatría y tan vacíos de compromiso. Ambos continúan siendo el rostro visible de quienes son perseguidos, torturados y asesinados solo por defender, precisamente, el derecho a una vida digna. Seres humanos que se niegan a heredar su inaceptable condición social como un estigma inevitable porque creen que la injusticia es como las serpientes: solo muerde a los descalzos. Si la historia cuenta lo que sucedió y la poesía lo que debería haber sucedido tenemos que combatir la infamia con más versos que, rimando libremente sobre las sílabas de la justicia, hagan brotar el momento. Al fin y al cabo la vida es eterna en cinco minutos... y tú caminando lo iluminas todo.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad