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En la Casa Blanca un hombre sin traje fue ultrajado por un traje sin hombre que le reprochaba no ir convenientemente vestido en ese recinto ... tan sagrado. El respeto no debería radicar tan solo en la forma de vestir, sobre todo para quienes dicen ser los adalides de una religión cuyo líder no andaba precisamente muy trajeado.
Hay seres humanos con traje y traje sin seres humanos porque las arrugas del cerebro son más importantes que las de nuestros trajes. Los que presumen de sastre mientras anuncian desastres son los que deciden que una niña de diez años, ciudadana estadounidense que se estaba recuperando de un tumor cerebral, sea deportada a México junto con sus padres y hermanos dejándola sin acceso a los tratamientos médicos necesarios para su recuperación.
Estos partidarios de beatos sartoriales también han cancelado a Dolores Albarracín, catedrática de la Universidad de Pensilvania, un proyecto de investigación para identificar maneras de aumentar la vacunación. A la investigadora, que ha recibido recientemente el prestigioso Premio Fronteras del Conocimiento, el Departamento de Salud de los Estados Unidos, dirigido por el antivacunas Robert F. Kennedy, le comunicó que su investigación ya no interesaba al Gobierno de Donald Trump.
En España, algunos patriotas de trapo se ufanan de la vesania trumpista. Cómplices de la estupidez pretenden importarla a nuestro país para poder expulsar a niñas con cáncer o impedir el uso de las vacunas. A estos trajeados patrios, la pulsera en la muñeca no evita la poca pulsión en su entendimiento que solo les da para consignas como la de 'Más muros y menos moros' o para una forma de extraño patriotismo que consiste en defender a quien impone aranceles al país que dicen amar.
La entrañable poeta Gloria Fuertes decía que la patria no es una bandera sino un niño que nos mira, ese que para no mirarlo lo expulsarían, incluso enfermo, tan solo porque no tuvo la suerte de nacer en su territorio, al parecer de su propiedad excluyente.
EE UU va camino de pasar de ser una democracia con fallos a una democracia fallida. Y de la democracia a la autocracia se va por el puente de la demagogia sobre el río de la desidia del crédulo que vota de oído con la trompa de Eustaquio un tanto desviada.
John F. Kennedy dijo en 1962 al recibir a 49 Premios Nobel: «Creo que esta es la colección más extraordinaria de talento y del saber humano que jamás se haya reunido en la Casa Blanca. Con la única excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba solo». De Jefferson a Trump, de Marco Aurelio a Meloni, la teoría de la evolución parece colapsar en su vertiente histórica para transformarse en un vertido histérico. El autoritarismo nunca es igual pero siempre es el mismo. El trayecto desde un traje sin hombre a un hombre con pijama de rayas no es tan largo. Se llama ultraje y ya ha revestido muchas veces a la historia de su humillante indignidad.
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