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Todo el infierno cabe en una palabra: soledad», afirma Víctor Hugo como si de una sentencia irremediable se tratara. En una época en que la comunicación masiva nos ofrece unas posibilidades de relacionarnos, impensables hace tan solo unos años, la sensación de soledad ha crecido ... exponencialmente entre la ciudadanía.
Existen estudios que afirman que la soledad es tan dañina como fumar quince cigarrillos diarios y más nociva para la salud que la obesidad, independientemente del nivel de vida, la edad, el sexo o la nacionalidad. La soledad se asocia también con la muerte prematura. En países como Reino Unido o Japón han creado un ministerio de la soledad al detectar algún dato como el que indica que durante las últimas dos décadas los delitos cometidos por personas mayores de sesenta y cinco años se han cuadruplicado porque, entre otras cosas, muchas ancianas eligen la cárcel para evitar el aislamiento social, ya que como afirma una reclusa japonesa de setenta y ocho años: «la prisión es un oasis donde hay muchas personas con las que se puede charlar».
No se trata solo de que no tengamos tiempo para cuidar de nuestros mayores, sino de que no lo hacemos porque no nos cuidamos a nosotros mismos. La palabra cuidar, poner atención a algo o a alguien, viene del vocablo latino cogitare, que significa pensar, en su sentido absolutamente cartesiano, debido a que pensarnos es la garantía de existir. Vivir a la velocidad que marca el triunfo es vivir como si fuésemos inmortales, una actitud de inconsciente soberbia de la que se nutren, precisamente, el olvido y la soledad.
Pero la soledad no es solo un asunto de personas mayores. Sorprendentemente muchos jóvenes se sienten solos y reconocen que les cuesta relacionarse. El porcentaje de adolescentes y de exitosos profesionales de treinta o cuarenta años que dicen experimentar esa sensación ha aumentado significativamente.
Si queremos cambiar nuestra vida debemos empezar por cambiar de vida porque la soledad tiene también que ver con no considerarse parte de un proyecto, a pesar de que tenemos suficiente capacidad para pensar juntos sin pensar lo mismo, de colaborar sin hacer lo mismo sabiendo que no existe beneficio propio si no hay beneficio colectivo. Al igual que la tierra no nos pertenece tanto como nosotros pertenecemos a ella, el proyecto social común es el que sujeta nuestro desarrollo individual.
Tal vez la poesía no sea un eficaz antídoto contra la soledad pero sirve como canal para su expresión y para su necesaria expulsión del humano paraíso que aún nos quede. «¿Qué es eso que va volando/ Solo soledad sonando?», anuncia el poeta Ángel González. Debemos volar en compañía y pensar que todo el cobijo del mundo cabe en un par de versos, tan fáciles de dar y de recibir. Y más asequibles e intensos que cualquier metaverso.
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