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Una ola de sosiego en cada pupila, el parteluz tallado en mitad de su labio inferior, la paz acariciada entre sus manos frotando cada esperanza duradera. Una arruga y otra, el juego de pliegues y repliegues que guardan todos los recuerdos. En la piel de ... las rodillas anidan los restos del subsuelo de cada escalera pulida en su epidermis. Una gota de agua de mar de aquel año que fue de vacaciones sobrevive en el olfato de quien resume en los olores la vida de otro siglo. En la espalda, el mapa mudo del peso de lo que cargó y de lo que cayó o calló, una pequeña señal de la mecedora cuya cadencia sonora ensordecía cada miseria, cada golpe, cada nada. Escucha su corazón, late despacio. Respira largamente con el diapasón que reduce el ímpetu de lo que fue y la nostalgia de lo que pudo haber sido. Como el poeta, lo probó y lo sabe. Ella contiene toda la historia de la infamia en la que el grito era su antídoto contra la soledad. Ahora, cuando va finalizando la carta de su vida, la que empezó siendo niña en una escuela hecha de roble alicaído, se esfuerza por recordar su nombre, el de aquella adolescente que soñaba en blanco y negro.

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larioja Risa en el viento alto