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Una ola de sosiego en cada pupila, el parteluz tallado en mitad de su labio inferior, la paz acariciada entre sus manos frotando cada esperanza duradera. Una arruga y otra, el juego de pliegues y repliegues que guardan todos los recuerdos. En la piel de ... las rodillas anidan los restos del subsuelo de cada escalera pulida en su epidermis. Una gota de agua de mar de aquel año que fue de vacaciones sobrevive en el olfato de quien resume en los olores la vida de otro siglo. En la espalda, el mapa mudo del peso de lo que cargó y de lo que cayó o calló, una pequeña señal de la mecedora cuya cadencia sonora ensordecía cada miseria, cada golpe, cada nada. Escucha su corazón, late despacio. Respira largamente con el diapasón que reduce el ímpetu de lo que fue y la nostalgia de lo que pudo haber sido. Como el poeta, lo probó y lo sabe. Ella contiene toda la historia de la infamia en la que el grito era su antídoto contra la soledad. Ahora, cuando va finalizando la carta de su vida, la que empezó siendo niña en una escuela hecha de roble alicaído, se esfuerza por recordar su nombre, el de aquella adolescente que soñaba en blanco y negro.
Pero la vida también es un pasillo tan largo como tenue, iluminado por la decisión firme de una silueta. En cada uno de sus pasos cabe la esperanza de quienes aún no saben que todo puede cambiar en ese día. Sobre ellos, la esbeltez no es solo un atributo, en este caso femenino, también es un forma de vida, inquieta, resistente, inagotable como la caña pensante de Pascal. Y por ellos debemos seguir transitando con la firmeza de los recuerdos y la determinación de la esperanza. No se regresa de quien sonríe con estruendo si estruendosa era la razón de la tristeza. No se regresa de quien te mira y te agarra para que no te sueltes de ti mismo. De quien escucha la voz sorda que no tú no puedes oír. De quien renuncia a la seductora servidumbre del elogio, no se regresa porque nadie deja de ver en ese rostro la dignidad transitando otros pasillos. En cada arruga, en cada llanto, en cada herida, en cada ilusión, está el quicio de la puerta de amor al que agarrarnos. No nos deshabitemos en la memoria ignorando que estamos aquí porque otros fueron. Afortunadamente, el sueño de la ilusión produce rostros que nos miran para indicarnos que en nuestras manos está cambiar el orden de las cosas, un orden ilegítimo, injusto, insoportable. El próximo 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. «A pesar de todas las lágrimas tragadas /estamos con la alegría de construir lo nuevo/y gozamos del día, de la noche/y hasta del cansancio/ y recogemos risa en el viento alto», nos recuerdan los versos de Gioconda Belli.
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