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A muchos de ellos no les gusta que se les tilde de fascistas pero dicen y hacen cosas que muestran su empeño en acercarse cada vez más al significado del término. Un poco de falsistas sí que son ya que les encanta jugar con las ... mentiras o con las medias verdades. «Dijiste media verdad/ dirán que mientes dos veces/ si dices la otra mitad» cantaba Antonio Machado, un poeta que ya se refirió al furor destructivo del fascismo. También son un tanto falacistas puesto que practican la falacia ad hominem, esa que no solo invisibiliza sino que ataca a la persona que presenta el argumento y no al argumento en sí. Y, además, tienen algo de flancistas ya que les gusta hacer temblar como un flan con sus amenazas: «Que no den un paso más porque nos van a tener enfrente físicamente», advirtió uno de sus líderes al Gobierno. También aseguró que hacían falta «más muros y menos moros de esos que no respetan a las mujeres». Y eso lo dijo el (poco) responsable de un partido que tiene condenados por violencia de género, niega que exista la violencia machista e insulta de manera constante al movimiento feminista. Si esto no es un discurso de odio al menos es un recurso de oído, sin duda bastante sordo. Otros apelan al rencor afirmando que las organizaciones no gubernamentales que ayudan a los refugiados trabajan con las mafias o que hay que aplicar plomo al inmigrante. A veces cuesta encontrar neuronas en ciertos cerebros, aunque se acceda a ellos con una centrifugadora de grumos mentales.
'El mundo de ayer', el libro escrito por el autor austriaco Stefan Zweig es uno de los más conmovedores testimonios sobre un mundo, el suyo, que se iba desintegrando a pasos agigantados sin que nadie lo quisiera ver. Zweig recuerda aquella Europa que se creía libre y segura cuando estaba al borde de la tragedia. Su testimonio es una advertencia de sobrecogedora actualidad contra las mentiras que conducen a la autocracia y a la barbarie, contra nuestro inconsciente y autosatisfecho aletargamiento. Y el que alvisa no es traidor.
El fascismo actualiza viejos fondos con nuevas formas. El fascismo está entre nosotros aunque no siempre se vea. Huele a rancio, sabe amargo y provoca acidez. Juega con la verdad de las mentiras. Por eso la libertad y la liberación son tareas que no acaban nunca, incluida la de emanciparnos de nuestra propia desidia. Nadie nace odiando y si se aprende a odiar también se puede aprender a amar. Lo dijo Nelson Mandela quien afirmaba que la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo. Veintisiete años de reclusión por combatir el racismo y la desigualdad habilitan a Mandela para hacernos confiar en que podemos sustituir el pasado anterior por el futuro simple, ese tiempo verbal que expresa una acción venidera para poder, esta vez sí, verla venir.
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