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El peso de la pluma deposita una breve lágrima de tinta intentado abrir el inmenso espacio de algún trazo. En una mano caben todas las aristas del cuerpo sostenido sobre ella. También el cimiento de la frescura irreductible y la fortaleza de la dulzura brotando, ... como un tulipán en la sonrisa, en la luz de la mirada definitiva. Intentar dibujar la vida con palabras no es más que la tarea apasionada de proyectar sobre su rastro curvilíneo aquellas que no tuvieron la dicha de ser dichas, tal vez derramar las voces que llegan en el estertor de un amanecer del que ya casi nada se esperaba porque su plenitud fue madrugadora. Todos podemos transformarnos en perspectiva iluminando un espacio insospechado en el que cualquier verso puede ser posible describiendo una mañana que ya nunca será tarde.
A pesar de lo que se escucha, todo puede ser de otra manera porque la esperanza ciega más que la luz, nos abre otros ojos diferentes, menos adiestrados y nada sumisos, capaces de curar las heridas satinadas de los años. No es posible determinar cuánta verdad necesita nuestra angustia para saltar entre sombras buscando otra verdad distinta. El tránsito es cruel y en su balanza fija el peso vencido por los años errados de las culpas exactas. Pero cuando digan que nada puede pasar, que no se puede cambiar, que la travesía es inútil, que estás en tierra de nadie, en esta arena sombría y silenciosa en la que no suenan las olas y el mar descansa moribundo mientras espera otra señal. Cuando insistan en que ya solo queda arrodillarse ante el otoño y rogarle que el viento sea justo con las laderas ardientes de los sueños. Cuando repitan que nada puede ser de otra manera, recuerda que la nada no puede ser, simplemente porque tú serás en ella pero ella nunca podrá ser en ti.
Contra la mentirosa evidencia de lo irremediable, es urgente hacer un alto en la derrota y medir la longitud de la esperanza. Y si te dicen que pasó de moda jugar a lo imposible, al menos sabes que estás jugando y en eso hay otras modas que no están fuera de juego. Por eso, es preciso poner mucho cuidado y elegir el vestuario con esmero. Secar con precisión cada poro, disolver la humedad sin aspavientos, acomodar el perfume dulcemente con la yema voluntaria del dedo más acariciante y dispuesto. Salir muy lentamente a la calle, respirar engrandeciendo cada átomo de oxígeno, mirar hacia ambos lados con la seguridad de la ilusión que se contiene. Escoger minuciosamente el lugar donde sentarse, sin sobriedad, tampoco demasiado tatuado. El olor sin estridencias, el parque escaso, un breve estanque, unas acacias. Con el pensamiento sostenido en la memoria y el sosiego de unos brazos apoyados, entonces, ya podemos atravesar la superficie e intentar mirarnos para adentro. En estos días de aguas turbulentas pretendía escribir una carta urgente a la esperanza y ella se adelantó de esta manera. Todo puede ser, por eso espera.
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