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El llanto conmueve, el cielo conmociona. Hay palabras que dibujan emociones con su sonoridad. Los científicos continúan buscando cómo es la música del universo desde que los antiguos griegos afirmaran que estaba formado por distintas esferas que, al moverse, se rozaban entre sí. El contacto ... generaba una armonía capaz de producir una melodía tan perfecta que el oído humano no podía captar. A ese sonido prodigioso le llamaban silencio. No olvidemos que la palabra griega 'mousiké' se refiere al arte derivado de las musas y que la música nos era dada para entender cómo funcionaba el mundo.
Pero el universo también llora y sus lágrimas expresan esa belleza sonora imperceptible para nuestros oídos a través de una acumulación de estrellas fugaces que son visibles en el firmamento entre los meses de julio y agosto. Las perseidas, cuyo punto radiante está en la constelación de Perseo, son también conocidas en la tradición cristiana como las lágrimas de San Lorenzo porque iluminaban la noche en que se recordaba a San Lorenzo. Durante la Edad Media y el Renacimiento, fueron asociadas con las lágrimas que, según la leyenda, él vertió al ser quemado en una parrilla el 10 de agosto del año 258, a los 33 años de edad. En Huesca, donde la tradición sitúa su lugar de nacimiento, y en otros lugares, como en la localidad riojana de Ezcaray, hoy celebran su onomástica.
Y hoy, alguien, en algún lugar estará leyendo Las lágrimas de San Lorenzo, el libro del escritor Julio Llamazares que recorre la fugacidad del tiempo y los anclajes de la memoria. El tiempo de la contemplación da libertad, así que miremos al cielo cósmico para vernos y tomar conciencia de las posibilidades de nuestra finitud en este agosto estruendoso que divide el mundo entre festejantes y festidiados.
Cada estrella que pasa es una vida y nuestros sueños están hechos de la misma materia que las estrellas. Como las perseidas, somos estrellas fugaces. Pero hay en la fugacidad una permanencia inquebrantable. Está en el arte, en la poesía, en la ciencia. Está en el amor, en la solidaridad, en la ternura. Para describir la idea de que existen otros universos, los científicos utilizan el término multiverso. Es esperanzador, por poético. Nada puede viajar más deprisa que la luz, salvo la estupidez humana. Nadie puede sobrevivir a la magnitud del cosmos, salvo la vanidad perecedera. Hay una ceguera infinita sobre la tierra incapaz de ver la eternidad del brillo celeste. Los economistas deberían estudiar la inflación cósmica para poder resolver la hinchazón terrenal. Todas nuestras derrotas resultan imprecisas ante el destello de una estrella agonizante. La paradoja es que la agonía del universo es vida eterna y el resplandor humano tan solo efímera existencia. «Escucho tu silencio/ Oigo constelaciones/ Existes. Creo en ti/ Eres. Me basta», dicen los multiversos del poeta Ángel González, lágrimas celestes en las que vernos y sentirnos. Poesía sideral que conmueve y conmociona.
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