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Los que las despreciáis mandándolas callar en una conversación de sábado por la noche, los que las agredís con el gesto, con la mirada, con la mano, con esa soberbia acomodada, los vociferantes y los voxiferantes, los neutrales con los hombros encogidos por el peso ... de vuestra propia necedad, los reproductores de un pasado lleno de prejuicios que continuáis transmitiendo a vuestros descendientes, los incapaces de distinguir el sujeto del objeto, los fines y los medios, vosotros que vivís en esa sombría hombría, errónea y errática, asesina y visceral debéis abandonar toda esperanza salvo la de la posibilidad de la ternura, la de visibilidad de la vida, la de la fortaleza del llanto, la de la intensidad de una mano abrazando un cuerpo y no ahogándolo con sus deseos.
Los hombres y mujeres cuya importancia de ser hombres y mujeres se desvanece en esta lucha incierta, pero inexorable, enfrentamos sin temor el horizonte que confluye en vuestro cielo vertical. Lo bello es difícil, pero no imposible. Si Stendhal era capaz de resumir una noche de amor en un punto y coma, toda la rabia del mundo se resume en la lágrima de una mujer amedrentada, intimidada, vaciada, anulada. Y todo el entusiasmo de ese mismo mundo cabe en la palabra libertad. En el silencio de tantos años, en la costumbre de tantos daños está la fortaleza contra el matonismo de esa hombría sombría. Y nosotros debemos empezar a romper con ella para poder reconstruir esta travesía arcaica, rancia y ancestral.
Los que las sometéis de palabra, de obra y de omisión, los que pensáis que Eva sigue siendo costilla, los que miráis hacia otro lado porque aún no sois capaces de ver que solo hay un lado tenéis que entender que el siniestro orden de las cosas lleva en su interior el luminoso desorden de la rebeldía. Este es un combate contra el miedo, contra la indolencia, contra la sumisión, contra la costumbre, contra el prejuicio, contra el seguidismo, contra la herencia viscosa del machismo, ya sea evidente o invisible. Quien ahora levanta la mano furibunda, la misma con la que acarició el pecho de su madre y la enlazó, una noche de temor y temblor, dedo a dedo con la de sus hermanos. La que aquella noche de cine adolescente buscaba otra que encajase, y más tarde acunó al niño que aún cabía en su palma. Quien ahora levanta esa mano, real o imaginaria, debe saber que la única sangre que soporta es la que irriga en su epidermis un torrente en el que habitan la caricia, el cuidado y la ternura. Y si no es digno de la vida que ella ofrece, conseguiremos que no la vuelva a levantar nunca. Ni una muerte más, ni otro nuevo infierno, anudando las manos asesinas creamos más caricias contra el miedo.
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