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Últimamente nos invaden algunos mensajes que definen la felicidad mediante argumentos de provincianismo cárnico como el de que en ningún otro rincón del país saben exaltar placeres como asar chuletillas o 'pretarse' unas patatas con chorizo. Desafiantes, se dirigen al mundo anunciando que «a lo ... riojano» se vive mejor que en ningún otro lugar. Descartados de la felicidad a la riojana manera veganos, vegetarianos, aquellos con dietas que no deban incluir carne o quienes no puedan pagárselo, conviene pensar, mientras hacemos un necesario descanso entre las imbatibles chuletillas y las riquísimas patatas con chorizo, acerca de si no estamos trasladando una imagen de la felicidad un tanto 'bueyizada' identificándola, exclusivamente, con la ingesta compulsiva y el eructo final que nos impide discernir que esa exaltación, sin duda gozosa y necesaria, comparte realidad con otras circunstancias. Recientemente, Cáritas alertaba del estancamiento de la pobreza que cada vez afecta a más niños en La Rioja donde la carencia material y social severa se ha incrementado un 72%. Tampoco se reflejan en ese sistema de medida del bien vivir los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) advirtiendo de que La Rioja fue en el año 2023 la comunidad autónoma con mayor tasa de víctimas de violencia de género por cada mil mujeres con una cifra de 3,2, frente al 1,7 de media nacional. La ciudad es el espejo en el que nos miramos y desde el que nos miran, la ciudad somos nosotros y lo que nos va haciendo. Aceptando con gusto el placer que nos producen las chuletillas al sarmiento y las patatas con chorizo, no olvidemos que el término 'bienestar' se refiere a un estado transitorio, mientras que el bienser es un estado de conciencia constante. Para ser felices es necesario comer adecuadamente, tener un óptimo estado de salud, una vivienda digna y una educación de calidad. Pero después debemos aspirar al bienser, transitar del vivir bien al bien vivir huyendo de la falsa felicidad centrada en la propiedad, en el consumismo y en el exhibicionismo narcisista. Y hacerlo desde una actividad más interior que nos permita ser solidarios y salir de la prisión del ego para abrazar la libertad del lego, esa que habita entre quienes reconociendo cierta ignorancia en la cuestión del saber vivir aceptan ilustrarse en cómo vivir mejor. Sin embargo, nuestra sociedad del espectáculo prefiere la representación a la realidad, la apariencia a la esencia, sacralizando lo banal y ensalzando lo trivial. Es el primer paso hacia la suciedad del espectáculo caracterizado por actitudes insolidarias y ruidosas con altas dosis de zafiedad garrula y guarra, una especie de guarrulismo que supone el malvivir de muchos vecinos y que alcanza su cénit en las denominadas despedidas de soltero, ese parque temático de la estupidez que va camino de convertirse en una infausta seña de identidad de esta ciudad. Vivir y pensar tiene que ser una equivalencia necesaria. Aunque ya lo dice el proverbio: «Si quieres ser feliz como me dices, no analices, muchacho, no analices».
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