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La ternura es el instrumento más poderoso contra el desprecio. Es la fortaleza de la desesperación y el descanso de la convicción. La ternura es como un abrazo intenso y prolongado por el que parece que no corre el aire sino una corriente alterna, apasionada ... y dulce deslizándose a intervalos convenientemente pautados.
En estos días en los que se ensalza la muerte para ensalzar la vida conviene hacer un elogio de la ternura frente un modo de existencia en el que nos autoimponemos la presunción y el narcisismo, la garrulería gritona y la displicencia altanera. Nos cuesta más pedir un abrazo que un crédito o decir una palabra al viento porque pensamos que se la lleva cuando en realidad la acoge. Y, además, la ternura está al alcance de todos los bolsillos ya que no cuesta nada sacar de ellos las manos y construir una caricia esperando que alguien venga a habitarla porque encaja exactamente en la medida de sus sollozos.
La ternura reside en un lugar sin hora ni linaje, en un espejo roto que contiene la constancia de nuestras formas, en la indómita curva de los cuerpos que ninguna mano recorrió. Y, al igual que la poesía, ella busca los colores de las palabras, las formas de la vida, el tacto de lo intocable como así reivindicaron unos jóvenes y entusiastas poetas el pasado 21 de marzo en la plaza de la biblioteca de la Universidad de La Rioja leyendo sus versos insurgentes y tiernos pidiendo la paz de la palabra y su viceversa.
Habita la ternura en el inquieto rombo del amor raptado al inicio de su ímpetu. En la punzante recta del dolor vencido por la muerte. En el empeño del óvalo por convertirse en elipse de otros labios. En la ira paralela sometida por el gesto cómplice. En la incertidumbre circular de unos días huérfanos de su semana. Contra lo que se piensa, la ternura es revolucionaria porque su aparente calma encierra una potencial delicadeza transformadora. Y no solo sirve para para poder respirar el mundo evitando las náuseas. También es una punzada en el corazón del tiempo, indispensable para que el dolor de la lucidez nos revuelva frente a la infamia y el olvido con sus componentes de pasión y sosiego, de resiliencia y fragilidad, de emoción y armonía, de sensibilidad y entendimiento. Para poder soñar sobre las ruinas y volver a mirar al horizonte, para combatir la altura de la altivez y raspar la anchura de la arrogancia imaginando que han crecido flores en el mar o que olas de hierba cubren los parques.
El truco está en volverse fuerte de corazón sin perder la ternura del alma, afirmaba el cronopio Julio Cortázar, del que este año celebramos aniversario de nacimiento y de muerte. Dos escenarios inevitables en los que la ternura puede actuar como soporte irreductible de ese filamento frágil y luminoso al que acostumbramos a llamar vida.
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