Si cuando la vida imita al arte es porque el arte ha logrado anunciar la vida, hay vidas que se convierten en obras imperecederas. Entre otras, la de Sócrates, el filósofo que iba al mercado de Atenas a ver cuántas cosas había que no necesitaba ... y que era hijo de un escultor y de una comadrona. Su padre traía obras de arte al mundo rescatándolas de su envoltorio, mientras su madre traía criaturas al mundo cuidando de su envoltorio. Es decir, ambos alumbraban arte y vida como siglos después haría el riojano Daniel González, conocido como el escultor Daniel cuya obra, al igual que su vida, contiene una transparente creatividad que se hace luz en las figuras tan sinceramente esculpidas. La anécdota de que Picasso le firmó a Daniel un papel en blanco para que él escribiese todos los elogios que desease acerca de sí mismo no deja de corroborar que en nuestro autor hay un mundo plástico que contiene otros mundos. Y en cada uno de ellos brota la magia profunda y serena de un escultor y pintor de la vanguardia que llenó de poesía la retaguardia de su obra, a pesar de que la enfermedad truncó su carrera artística a una edad demasiado temprana. «Mi cárcel es mi cuerpo, pero mi mente sigue siendo libre», afirmaba Daniel afianzando la plenitud liberadora del arte.
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Formó parte de la Escuela de París, aquel grupo de artistas que trabajaron en la capital francesa durante la primera mitad del siglo XX, colaborando en el taller del escultor Francisco Durrio, amigo de Paul Gauguin y de Pablo Picasso. Ello permitió a Daniel imbuirse de la obra de estos grandes maestros asumiendo el riesgo creativo del vanguardismo desde su propia personalidad artística capaz de encajar la pasión y el sosiego, la fortaleza y la ternura de forma armónica.
Ahora, la Fundación Escultor Daniel se propone preservar y divulgar el legado del escultor, así como promover y desarrollar actividades para el impulso y divulgación de las artes y de la cultura en general. Además, un instituto, una calle y una plaza llevan su nombre, pero su obra tiene que quedar en la vida que nos hace cada día. «A cada época su arte, al arte su libertad» era el lema del movimiento artístico conocido como la Secesión de Viena que lideró el pintor simbolista austriaco Gustav Klimt. Al igual que él, Daniel también dibujó una pareja abrazada y en ese abrazo hay dos cuerpos que corrigen sus limitaciones constituyéndose en ardiente geometría. Definitivamente, la vida debería no solo imitar al arte sino transformarse en inmensos instantes llenos de arte, tal vez lo más parecido a la libertad. Daniel lo sabía y le dio forma a la brillante luz que emanaba de su insondable fondo. Pongámonos debajo de ella para ver con los ojos del alma la obra de este universal artista riojano llamado Daniel González Ruiz, el escultor que hizo de la vida y de la belleza una hermosa y necesaria equivalencia.
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