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Si cuando la vida imita al arte es porque el arte ha logrado anunciar la vida, hay vidas que se convierten en obras imperecederas. Entre otras, la de Sócrates, el filósofo que iba al mercado de Atenas a ver cuántas cosas había que no necesitaba ... y que era hijo de un escultor y de una comadrona. Su padre traía obras de arte al mundo rescatándolas de su envoltorio, mientras su madre traía criaturas al mundo cuidando de su envoltorio. Es decir, ambos alumbraban arte y vida como siglos después haría el riojano Daniel González, conocido como el escultor Daniel cuya obra, al igual que su vida, contiene una transparente creatividad que se hace luz en las figuras tan sinceramente esculpidas. La anécdota de que Picasso le firmó a Daniel un papel en blanco para que él escribiese todos los elogios que desease acerca de sí mismo no deja de corroborar que en nuestro autor hay un mundo plástico que contiene otros mundos. Y en cada uno de ellos brota la magia profunda y serena de un escultor y pintor de la vanguardia que llenó de poesía la retaguardia de su obra, a pesar de que la enfermedad truncó su carrera artística a una edad demasiado temprana. «Mi cárcel es mi cuerpo, pero mi mente sigue siendo libre», afirmaba Daniel afianzando la plenitud liberadora del arte.

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larioja Daniel