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Hace cinco años, el equipo del neurocientífico español Rafael Yuste, director del Centro de Neurotecnología de la Universidad de Columbia, publicó un experimento en el que mediante electrodos implantados en el cerebro de ratas se podía conseguir que los animales vieran cosas que en realidad ... no estaban ahí. En otras palabras, los investigadores estaban controlando la actividad de su cerebro y es solo cuestión de tiempo que se pueda hacer algo similar con seres humanos. Así que urge redefinir y reconocer otros derechos de las personas puesto que va a cambiar la naturaleza del ser humano y nos vamos a convertir en seres híbridos. Y esta nueva forma de humanidad conlleva implicaciones éticas y jurídicas de una extraordinaria magnitud. Por eso ha aparecido una nueva categoría de derechos específicos para su protección: los neuroderechos, un novedoso marco jurídico internacional de derechos humanos que proteja las acciones de la innovadora actividad cerebral de un uso pernicioso de los avances en neurotecnología. La posibilidad de que la información procedente de la actividad cerebral pueda ser manipulada exige un código deontológico para que esta insólita tecnología no conlleve temibles consecuencias.
Yuste, quien afirma que tener un sensor implantado en la cabeza será de rigor en menos de diez años, promueve ahora el nuevo Centro Nacional de Neurotecnología en España, que fabricará aparatos capaces de penetrar en la mente humana y modificarla. Pero, a la vez, defiende la necesidad de regular los neuroderechos y la privacidad. Para evitar una rebelión en la franja que separa el ser humano del nuevo ser humano neurotecnológico se pretende proteger cinco neuroderechos inalienables: identidad personal, libre albedrío, privacidad mental, acceso equitativo y protección contra los sesgos. Como se puede observar, el calado de estos derechos es formidable e incluye el sentido del yo y su control, la toma de decisiones de manera libre y autónoma, el comercio de la producción mental, la equidad en el acceso a la tecnología cerebral o los posibles factores de discriminación. Todos dan una idea bastante aproximada de la necesidad de que los desarrollos tecnológicos vayan a un ritmo marcado por los desarrollos éticos y jurídicos para evitar una fractura en la humanidad, con unas personas aumentadas mentalmente y otras no.
No es preciso insistir en el potencial de desarrollo científico, médico y social que los avances en neurotecnología pueden traer. Futuras prótesis de memoria podrían reemplazar las partes del cerebro relacionadas con la memoria dañada a causa de enfermedades neurodegenerativas. Además, para las personas que hayan sufrido lesiones cerebrales se dispondrá de la tecnología necesaria para retomar el control del sistema motor y ya se ha conseguido que una persona tetrapléjica pueda volver a mover voluntariamente su mano.
Este fascinante mundo científico no debe abocarnos tanto al temor como a la precaución. Lo más humano sería que la inteligencia tomase el mando sobre lo artificial y evitase cualquier ataque contra las ideas básicas de justicia, equidad, bien o belleza, artificios que también aumentan y enriquecen nuestra condición de seres humanos.
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