Ningún sitio como San Millán puede encarnar el valor de la palabra. Cuando un monje anónimo escribió las Glosas en primitivo romance, no tenía conciencia de expedir la partida de bautismo de un nuevo idioma; se limitaba a facilitar al pueblo la comprensión de las plegarias latinas de ese códice. Del mismo modo, en los manuscritos emilianenses se comprueba el fructífero diálogo entablado en aquellos siglos entre el vascuence, el latín medieval y el balbuciente castellano. Signos en fin de un entendimiento que hoy se antoja imprescindible para afrontar los gravísimos retos que la sociedad española tiene ante sí. El impacto del COVID, la destrucción de la economía y la correcta gestión de los fondos europeos obligan a los políticos (de todo signo, de toda administración) a construir puentes. San Millán debería ser el primer mojón de este camino inexcusable. Por eso resulta especialmente lamentable –y una muestra sangrante de insolidaridad y de cerrazón nacionalista– la negativa del president Torra y del lehendakari Urkullu a compartir unos minutos de su tiempo con sus colegas, como si al coronavirus le importaran algo los derechos históricos, los referendos y las fronteras.
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