De luchadora a favor de la mujer a mártir en un campo nazi
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Se trata de Edith Stein. Judía de raza y de religión, última de once hermanos, cuatro de los cuales murieron asesinados en las cámaras de gas, la gran genialidad de los nazis para quitar de en medio a los que no pensaban como ellos, sobre ... todo de los judíos y los gitanos, los católicos y escogidamente los curas y las monjas. Edith Stein fue una más de los millones de víctimas.
Yo de esta mujer tan singular no había oído hablar hasta los años ochenta. Un buen cura, culto e inquieto, me habló de ella y me dejó algunos de sus libros publicados. Edith Stein fue mártir, pero mucho antes pionera de la lucha de la mujer por sus derechos. Por ser mujer tuvo todas las dificultades del mundo para hacer el equivalente a nuestro Bachillerato. Las superó. Para entrar en la universidad, más dificultades. Las superó. Para estudiar Filosofía en concreto, más dificultades. También las superó. Y ya donde le pusieron el listón en el nivel de las causas imposibles fue en la obtención del doctorado y la cátedra en Filosofía. También las superó. En este entretanto ella se convirtió en una activista en favor de la mujer de lo más significada. Conferencias, ruedas de prensa, manifestaciones pacíficas, escritos en los periódicos. Dio la cara por sus ideas, con la meta en su mente de que la mujer llegara a gozar un día de los mismos derechos que gozan los hombres. ¿Les suena todo esto, verdad? ¿Les suena también a las feministas profesionales de hoy?
Nuestra protagonista era judía de religión, pero su fe no era nada operativa, casi se podría afirmar que no se apartaba de ella por respeto y consideración para con su madre que era lo que llama la gente «muy religiosa». Pero, claro, en la universidad y estudiando primero Psicología, que dejó pronto, y Filosofía, que fue la pasión de su vida, pasó a una actitud de ateísmo teórico y práctico.
Pero mira por dónde, Edith era muy amiga de otra profesora de la universidad que perdió a su marido, también profesor muy joven, y por su fe cristiana respondió con una gran serenidad y entereza ante tan tremenda contrariedad. Este ejemplo removió el corazón de Edith y le llevó a leer y meditar el evangelio y las cartas de san Pablo. A la par, cayeron en sus manos algunas de las obras de nuestra Teresa de Ávila, el 'Libro de la vida' y 'Camino de perfección'. Todo esto le llevó a bautizarse en la Iglesia católica con gran disgusto de su madre. Siguieron luego unos años intensos de profesora en la universidad, conferenciante en instituciones pedagógicas y filosóficas, colaborando con su maestro y admirado filósofo Edmund Husserl, padre de la fenomenología que abriría nuevas perspectivas al conocimiento de la esencia de las cosas, de la verdad de las cosas.
El fuerte ambiente antijudío que se respiraba –son los años treinta– la forzará al abandono de la enseñanza. Ingresa en el convento carmelita de Colonia. Ahí es donde ella asumió lo que llamaba 'la ciencia de la cruz', y la asumió hasta sus últimas consecuencias. No fueron otras que el apresamiento por parte de la Gestapo, a la par que su hermana también carmelita, y asesinada en Auschwitz-Birquenau el 9 de agosto de 1942. Un servidor tenía siete meses de vida.
Hace poco más de veinte años fue declarada patrona de Europa, por haber sabido aunar en su vida la búsqueda de la verdad junto con un confiado abandono en las manos de Dios. Y también por su empeño en conseguir que las mujeres gozaran de los mismos derechos que los hombres en la vida familiar, laboral y social.
Como es sabido las otras dos patronas de Europa son Catalina de Siena y Brígida de Suecia. Esta Europa que no solo está fundamentada en la economía, en las finanzas, en los acuerdos políticos, en la diplomacia. Necesita valores, también colectivos, que la guíen, la dirijan, que interpreten su alma profunda y que indiquen una esperanza para el futuro, con pandemia y sin ella.
Esos valores, esos modelos, esos caminos a seguir nos los muestran estas tres grandes mujeres, juntamente con otras como nuestra gran Teresa de Ávila, ejemplo de un feminismo bueno, sano, natural y legítimo. Confiaron en Dios y confiaron en sí mismas, confianza que les llevó a realizar acciones que parecían, y todavía hoy parecen, imposibles. ¡Gracias y 'chapó' por estas mujeres!.
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