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Hace ya más de tres décadas que Fernando Trueba estrenó aquella película tierna e intensa, titulada 'El año de las luces', en la que dos adolescentes con síntomas de tuberculosis descubren, en un sanatorio cercano a la frontera con Portugal, que el mundo podía ser ... más ancho, más interesante y más bello de lo que imaginaban. A lo largo de este 2020, que no ha sido precisamente luminoso, me he acordado mucho de esa historia, y he agradecido aún más que esta pandemia no me haya cogido con diez años menos. En los últimos meses hemos volcado toda nuestra atención en las personas mayores, en aquellos que en este escenario constituyen el eslabón más frágil de la cadena social y que ahora necesitan que nuestras miradas -y nuestros cuidados- se vuelvan en su dirección. Sin embargo, y aunque la consideración hacia ellos esté más que justificada, de vez en cuando nos vendría bien echar la vista atrás y recordar la claridad, el color y la hermosa despreocupación que barnizan las primeras veces.
Dice Xandru Fernández, en un texto precioso que reivindica la alegría de vivir en tiempos lúgubres, que la primavera a los quince años no se repite. Tiene razón. A los responsables políticos -que no han sido capaces de gestionar con inteligencia una crisis que les queda grande- les ha venido de perlas que nos creamos a pies juntillas el cuento de la responsabilidad individual, y que les hayamos achacado sus errores imperdonables, sin preguntas, a una supuesta concatenación de bacanales juveniles. Pero desengañémonos: no es lo mismo que te roben el mes de abril a los quince que a los cincuenta. Mi último deseo navideño es que 2021 indemnice a todos los chavales afectados con un año sin sombras.
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