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Leo en el Semanal del domingo pasado que un tal Jeff Bezos es el hombre más rico del mundo (perdón, la persona más adinerada del orbe); más que Creso, el rey aquel de la antigüedad, y más que el poderoso faraón de la película de ... Los diez mandamientos, el que se dedicaba a joder la marrana durante buena parte de la película al buen Moisés, brotado de la Bene acuática. Siempre he pensado que el calvo jerarca egipcio se moría de envidia por la cabellera del líder judío.
No sé quiénes elaboran ni cómo se confeccionan estas listas monetarias; me viene a pasar lo mismo con las ristras de las estrellas Michelín, de los Goya, de los Nobel o algunos de los candidatos (y candidatas) de los partidos políticos. Me expreso así porque a lo largo de la historia nos ha salido a los humanos cada espécimen sobresaliente que uno no sabe cómo hemos podido sobrevivir hasta aquí en este variopinto planeta de los simios. Quién sabe; todo se andará.
De todas las maneras, un servidor ya no suele depositar sus ojos en esas clasificaciones crematísticas desde que desaparecí de todas ellas hace dos años a partir de que Hacienda me pillara en una importante mordida; casi monárquica. La realidad era que desde el 2000 me incluían siempre entre los mil primeros: no estaba mal. Hoy en día camino serenamente por las sendas de la vida al apoyarme confiadamente en unos cuantos miles de millones que me permiten vacacionar constantemente por humildes poblaciones españolas, tan sorprendentes, sin falta de viajar al Tibet. Y no cambio.
Es perfectamente lógico que otros muchos se hayan dado cuenta de que ya no se harán ricos en esta vida si siguen la soporífera práctica del trabajar; de ahí que acudan esperanzadoramente al recurso de la lotería, lo mismo si adoran a cualquier dios o se entregan al ateísmo, al agnosticismo o al futbolismo (dispénsenme el neologismo). La experiencia de la vida los ha convencido de que el sistema económico muta continuamente incluso en cada rincón del mundo y consigue crear crisis cuando le place. Lo dicho: prosiga usted con la lotería; no pierda la esperanza de conseguir la maravilla de salir la próxima Navidad en la tele levantando gozoso la copa de cava.
Por tanto, a esperar y a prepararnos para que nuestros tiernos infantes prueben a completar sin demasiados contratiempos al menos la primera semana de curso. Yo, por lo pronto, he preguntado a mi Maite: «¿Me cambiarías por Jeff Bezos?». «¿Quién es ese?», me ha respondido la que lo sabe todo. Y yo he percibido que me ha tocado la lotería.
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