Los manuscritos originales escritos en alemán por el novelista aleman Franz Kafka.

La risa de Kafka

Los poderosos pierden el asiento que tenían o el que daban ya por conquistado

Lorenzo Silva

Martes, 20 de junio 2023, 00:53

El año que viene se conmemorará el primer centenario de la muerte del escritor checo en lengua alemana Franz Kafka. Es de esperar que con tan fausto motivo aparezcan nuevos títulos que se unirán a la ya copiosa bibliografía sobre el autor de Praga, uno ... de los más interpretados y analizados de todos los tiempos. Como aperitivo, hace dos años la editorial Acantilado publicó un curioso libro de anécdotas kafkianas, titulado '¿Éste es Kafka?'. Lo firma su biógrafo más exhaustivo, el alemán Reiner Stach, y al igual que ya hiciera en su monumental biografía nos permite acercarnos a algunos aspectos nada consabidos del escritor.

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Si por algo es conocido Kafka, incluso entre los profanos y los que nunca lo han leído, es por cómo caracterizó en sus obras la indiferencia que exhibe el poder hacia quienes están sujetos a él. Ya sean los funcionarios del tribunal que persigue a Josef K. en 'El proceso', ya los del castillo que rechaza al agrimensor K. En el libro se glosan dos textos que participan de esa visión temible de los que mandan, identificados en esta ocasión con el poder burocrático que en las grandes compañías ejercen quienes se encuentran en puestos de dirección. En una de las piezas que comenta Stach, un directivo se burla cruelmente del empleado que acude a solicitar una modesta mejora en la iluminación de su zona de trabajo: no descansarán, le dice, hasta convertir la fábrica en un salón de lujo al que irán con zapatos de charol.

Sin embargo, poco después recoge el biógrafo un curioso episodio que protagonizó el mismísimo Kafka, nada menos que ante el presidente del Instituto de Seguros de Accidentes donde trabajaba, cuando lo recibió con dos compañeros con motivo de un ascenso. Mientras uno de sus colegas soltaba una envarada y ensayada perorata, a Kafka le agarró una risa floja que no pudo aguantar. Por un lado, el presidente le recordaba al emperador, pero, por otro, no podía dejar de advertir que en él había rasgos ridículos, «como es el caso de todo aquel que se ve colocado en un punto sobre el que convergen las miradas de los demás».

Ahora, entre nosotros, los poderosos están expuestos a las miradas de todos. Algunos pierden el asiento que tenían, o el que daban ya por conquistado. Otros, para no perderlo o ganar el que ansían, tienen que dejarse ver y entrevistar en cualquier sitio, incluso donde nunca irían por su gusto. Desnudos de la púrpura por el riesgo que los acecha, se exponen a la risa floja de los gobernados. Riamos, si no podemos evitarlo, como Kafka, pero sin olvidar que el poder volverá. Y que no bromea nunca.

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