Sostiene Agustín Fernández Mallo en 'Madre de corazón atómico', su más reciente novela, que las malas narraciones cuentan a medias una verdad, mientras que las buenas se las arreglan para contar, al menos, una verdad y la mitad de otra. La idea, además de ocurrente, ... es lo bastante gráfica como para ayudar al lector a separar el grano de la paja. Si al cerrar el libro uno siente que le falta una porción de la verdad del asunto, el oficio de quien lo compuso queda malparado. Si lo que a uno le sobreviene tras la última página es la conciencia de que, al paso de la peripecia, cabalmente expuesta, se lleva algo más que no esperaba ni era evidente, el crédito del autor se consolida.

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Se ocupa en estas páginas Fernández Mallo de la evocación de su padre difunto, y en particular del curioso y azaroso viaje que emprendió a Estados Unidos, allá por cuando él estaba aún naciendo, para traerse en avión unas vacas que a lo mejor no eran vacas, eso le incumbe a cada lector decidirlo. Podría haber sido, sin más, la recreación de una vida, el homenaje del hijo al progenitor que ya no está, en combate contra su propio olvido y el olvido del mundo. Y sin embargo, al aplicar su lupa literaria sobre esa existencia que le es tan cercana y las intersecciones con la suya propia, acierta Fernández Mallo a entregarle al lector algo más. Algo que tiene que ver con todos los padres muertos y con todos los huérfanos. Con la paternidad como lugar vital.

La muerte de un ser querido es un proceso muy misterioso, muere para renacer en ti de otra manera». He aquí una de esas verdades profundas que a veces se nos escapan, en medio de la aflicción de la pérdida, y que dan pie a un consuelo igualmente verdadero. Quienes se hicieron un hueco en nuestra alma no lo desalojan al morirse: antes bien lo ensanchan, y desde él nos acompañan con mayor intensidad que lo hicieron antes. En el caso de un padre, a esa presencia se suma el valor de su ejemplo, lo que nos recuerda a quienes lo somos la responsabilidad de darlo.

No animes a nadie a hacer algo que tú no te atreverías a hacer. Si estás convencido de algo, hazlo tú mismo». He aquí una muestra del ejemplo que según el autor recibió de su padre. Lo que este supo transmitir, el niño lo captó, el novelista lo recoge y gracias a ello el espíritu del padre muerto brilla más allá de la memoria familiar, como un destello de dignidad en tiempos de manipuladores. Renace de otra manera, en el libro que contiene algo más que la trama de una vida. Una verdad y media.

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