Entre los múltiples textos inéditos recogidos en 'José Luis Sampedro. Un hombre fronterizo', espléndida biografía literaria del autor de 'Octubre, octubre', debida al rigor y la pasión de José Manuel Lucía Megías, destaca uno de 1980 en el que el novelista y economista se declara ... afuerino. Vocablo que dice que aprendió en el Chile de Allende y de cuyo significado exacto reconoce no estar seguro. Lo que siente es que está afuera. ¿De qué? «De sus torres y encastillamientos, de sus medios de comunicación, de sus técnicas y redes.». Cinco años más tarde, en 1985, en una entrevista a Tomás Mata para la revista Integral, declaraba: «El hombre se ha enriquecido enormemente en bienes externos o materiales, pero su pobreza espiritual es demencial. Viene a ser como un árbol en el que han proliferado enormemente los aspectos y las partes externas (las ramas, las hojas, los frutos) y cuyas raíces son extraordinariamente precarias: el árbol se cae».
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La lectura de esta biografía, que funciona como una especie de extensión y de invitación al disfrute de la obra sampedriana, y que por ello cabe recomendar como imprescindible para todos los que se interesen por ella, permite atisbar hasta qué punto la visión del escritor, anclada en una sólida cultura y una honda conciencia del pasado, podía llegar a ser profética. Crítico desde sus comienzos con el desarrollismo a ultranza, con la economía desligada del humanismo y sus consecuencias -la globalización sólo financiera, la guerra preventiva y otras hierbas anejas-, se atrevió a declararse extramuros de las ideas que han forjado nuestro hosco presente -y proyectan sombras inciertas sobre nuestro futuro- cuando más alto cotizaban en el mercado.
Tiene uno la sensación, al observar estos días a la luz de su escritura, de que el paso nos lo marcan personas desorientadas. Lo están los aprendices de brujo que pretenden uncirnos a cada vez más invenciones alienantes, aunque se los admire y amasen fortunas milmillonarias; lo están quienes nos gobiernan, con más odiadores que admiradores y fortunas más modestas y más expuestas a la justicia penal. Sólo hay un empeño, escribió Sampedro: el de mantener la propia dignidad y hacerse lo que cada uno es, que no lleva a dejarse cegar por el afán de ejercer poder sobre el mundo y sobre los demás, sino a «aplicarlo hacia dentro en el dominio de sí mismo, fuente de la vida intensa y de la paz verdadera». En definitiva, cada vez en más encrucijadas el camino pasa por estar al margen. Aunque a uno le tomen, como aceptaba aquel sabio afuerino, por un hombre de mal vivir.
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