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El derecho, entendido como la realización concreta y racional de la justicia en una sociedad, nunca lo tiene fácil. Esto es así a menos que se comparta la definición que de lo justo nos ofrece el sofista Trasímaco en la 'República de Platón': aquello que ... conviene al más fuerte. A partir de esa aceptación, el derecho se realizaría siempre, ya que como bien razona Trasímaco, si lo justo es «lo que conviene al Gobierno establecido», en tanto este tenga la fuerza quedará asegurada su efectividad. Sin embargo, si postulamos que lo justo es otra cosa, aquello que conviene al bien común de los gobernados y a la legítima aspiración indivi-dual de cada uno de ellos, la cuestión se complica y el combate está servido.
Quizá nadie vio mejor esta necesidad de fajarse por lo que es justo que el jurista alemán Rudolf von Ihering, que en su clásico opúsculo 'La lucha por el derecho' ('Der Kampf ums Recht') propone con singular limpieza de pensamiento y prosa persuasiva que el despliegue efectivo del derecho en la realidad es siempre una cuestión polémica, en la que incumbe al individuo y a la sociedad mantenerse firmes en la defensa de su sentimiento de justicia y donde cualquier claudicación, por mínima que parezca, conduce el desmoronamiento del conjunto. «Mi derecho es todo el derecho» —llega a decir—; «defendiéndolo, defiendo todo el derecho que ha sido lesionado al lesionar el mío». Para Ihering, resulta esencial que las instituciones estén «en armonía con el sentimiento jurídico nacional», como según él lo estaban en Roma, porque de otro modo lo que se fomenta es el recurso a la justicia privada, o lo que es lo mismo, el descrédito del derecho y la huida de él.
El fracaso del derecho lo describe Ihering en estos términos: «Cuando las fuerzas limitadas del individuo se estrellan contra instituciones que le dispensan a la arbitrariedad una protección que, al mismo tiempo, le niegan al derecho, es evidente que la tempestad descargará sus iras sobre el causante». El resultado no puede ser otro que la pérdida de reputación exterior y la erosión de la firmeza interior del Estado, que es lo que según el jurista alemán se garantiza preservando la efectividad del derecho.
Por eso resulta tan delicado excepcionar con algunos lo que el derecho prescribe para todos, y corre un alto riesgo quien como el sofista Trasímaco lo fía todo a la fuerza que el gobierno otorga. Ya puede estar muy seguro de que eso bastará como sostén, hacia dentro y hacia fuera. Menoscabar el derecho invita a cada cual a luchar por lo que siente como justo del peor modo posible.
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