El longuis
El bisturí ·
¿Alguna vez se han preguntado por el origen de la expresión «hacerse el longuis (o longui)»? Pues hay varias teoríasSecciones
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¿Alguna vez se han preguntado por el origen de la expresión «hacerse el longuis (o longui)»? Pues hay varias teorías¿Alguna vez se han preguntado por el origen de la expresión «hacerse el longuis (o longui)»? Pues hay varias teorías.
Una, que proviene del latín liongus = lejano, apartado, y que derivó en longuiso para definir al cobarde que huye de una responsabilidad y ... se esconde en algún lugar lejano o apartado para librarse, un suponer, de la acción de la justicia. Un buen ejemplar de este tipo de Gran Longuis sería el prófugo Puigdemont. Otros atribuyen la expresión al historiador del arte italiano Roberto Longhi, que en 1924 se vino de viaje de novios a Madrid sin blanca, pero comía y cenaba de restaurante y justo cuando llegaba la cuenta pedía que no le distrajeran mientras fingía transcribir lo hablado durante el banquete. Todos conocemos a alguno de estos longuis medianos, maestros en refugiarse en el aseo, hacer que ojean la prensa del bar o, modernamente, mirar el móvil cuando se acerca el momento de apoquinar la ronda, para interesarse por la cuenta cuando se ha asegurado de que ya está pagada.
La tercera teoría asegura que longui es una palabra de la jerga caló que significa inocente, tonto o alelado. Este hacerse el tonto, el sueco o el distraído es la variedad más leve y frecuente de longuis. Es ese conocido que te viene de frente por la misma acera sin escapatoria posible y que, por alguna razón desconocida, hace como que no te ve cuando se cruza contigo, desviando la jeta hacia un lado, lo que delata cierta vergüenza, o manteniendo la cabeza bien tiesa y la vista al frente, indicio de una secreta ojeriza. En estos casos tienes dos opciones. La mejor para quien no te quiere ver es actuar como él, o sea, hacerte el longuis, dejándolo con la duda de si tú lo habrás visto a él, y, si es así, con el resquemor de por qué no me habrá saludado, cuando es justamente lo que él está haciendo, pero así somos. La peor, llamarle la atención, ¡hombre, Fulano!, obligándolo a detener su huida hacia adelante aunque solo sea para experimentar el perverso disfrute de ver cómo disimula que no te había visto, obligarlo a intercambiar unas cuantas sinsustancieces y hasta de oírle mentir cual bellaco lo mucho que se ha alegrado de verte.
Una variedad especialmente incómoda es el longuis de hipermercado. Cuando detectas a lo lejos a quien no te apetece saludar, dará lo mismo que trates de refugiarte en el pasillo de la pasta, ante el mostrador de los quesos o entre el barullo de la verdulería. Aunque él también intente hacerse el despistado escabulléndose, vuestros carros se atraerán como electroimanes y acabarán dándose de bruces sin remedio ante el mismo lineal o, peor aún, en la cola de la caja.
Si algún día se cruzan conmigo por la calle y ni les miro no sospechen que quizá esté haciéndome el longuis. Será eso, seguro.
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