Tenemos un problema con el lobo. El problema es nuestro, no suyo: él hace lo que debe, es decir, cazar pa comer y pillar lo primero que puede.

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El problema es que eso que puede son ovejas. Ovejas de gente que vive de esas ovejas. ... No quedan muchos, en realidad: ya saben, aquello de la despoblación que hasta marzo nos importaba tanto y que ahora, como casi todo, se nos ha olvidado.

No estoy yo capacitado para proponer una solución a este problema. Porque me parece endiablado: los pueblos se mueren, y los ganaderos que quedan son casi islas. El medio natural es lo que puede salvarles, pero a la vez colisiona frontalmente con la rentabilidad (y hasta con la seguridad) de los pocos que quedan para ser salvados. Y sí, el lobo está ahí en medio, inocente y a la vez culpable.

El problema es que, como parece que ocurre con todo últimamente, el debate se vicia con posturas a priori, con muchos blancos y negros y pocos grises.

No, no podemos matar a todos los lobos. Y no, no podemos dejar que se coman a todas las ovejas. Y algo habrá que hacer, porque la cuestión no se va a solucionar sola.

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Por ahora, ayudaría que no hubiera tanto bestia con teclado sacando la patita cada vez que aparece el tema. Como aquel que, hace unos días, aconsejaba en Twitter a un pastor riojano (que se quejaba de sus ovejas muertas) que se pegara un tiro en salva sea la parte. Que como solución es creativa, pero me da que poco constructiva.

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