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Quién no recuerda haber cantado de niño «Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva, los pajarillos cantan, las nubes se levantan, que sí, ... que no, que caiga un chaparrón...». Aquellos cánticos infantiles, que solían entonarse cuando comenzaba a chispear, tenían carácter festivo, pero también de petición a la Virgen de la Cueva para que lloviese lo justo, pues en el entorno rural se vivía mirando al cielo y no se solía estar conforme con nada: siempre llovía poco o demasiado, excesivamente fino o atormentado y grueso, antes de tiempo o ya tarde... Y, si la sequía resultaba amenazante, se hacían rogativas y se sacaba al santo en procesión, pues la Iglesia y los devotos creían firmemente en la intercesión de los santos para conseguir lluvia; salvo alguna excepción, como aquel cura clarividente que, cuando fueron del ayuntamiento a pedirle que sacara al santo en procesión, contesto: «Si queréis lo sacamos, pero me parece que el tiempo no está de llover».
Saco esto a colación porque me llamó mucho la atención que, en estos tiempos de Aemet, estaciones meteorológicas en cada pueblo y control exhaustivo de borrascas, frentes y huracanes, que hasta tienen nombre propio y se televisan en directo, se haya pedido sacar en procesión a la Virgen de las Aguas para paliar la terrible sequía que nos amenaza.
No es de recibo la alarma social que periódicamente nos invade, como tampoco lo es que cada vez va a más. Parece probable que tenga algo que ver el famoso cambio climático en la escasez de lluvias, así como en las recurrentes inundaciones que, sin embargo, no palían el problema del agua; y, como todos los años, la amenaza de un verano con restricciones al consumo pende sobre nuestras cabezas. Algunos políticos aprovechan para arrimar el ascua a su sardina –¡qué daño nos hizo el descubrimiento de que la guerra del agua daba réditos electorales!– y proponen como solución prohibir regar los campos de golf, sin entrar en consideraciones económicas, que eso no da votos. Y yo digo, aunque en mi vida he jugado al golf, por qué prohibir regar los campos de golf y no los de fútbol; o por qué no se prohíbe llenar las piscinas o regar el césped y los jardines o...
Yo tengo una solución más efectiva: encerrar en el Parlamento a los políticos y, de paso, a algunos ecologistas y que no puedan salir hasta que tengan un plan hidrológico nacional, con las infraestructuras necesarias para que el miedo a la sequía pase a la historia. ¡Que ya les vale! El escritor Juan Benet, que era ingeniero de Caminos, ya ideó uno hace cincuenta años. Si hay tanto dinero para otras cosas, con tan escasos resultados, debe haberlo para este plan y sus infraestructuras. Así no habría que sacar en procesión a la Virgen de las Aguas. Ni cantar a la de la Cueva.
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