Lloro bonito

Será por eso por lo que hay que aprender a hacer bien ambas cosas. Reír es fácil: una carcajada, aunque sea estentórea, suele ser bien recibida, y da igual que se te achinen los ojos y abras tanto la boca que se te vean los empastes y hasta el píloro, porque la alegría todo lo disculpa. Pero llorar es más complicado: igual que existe el 'jogo bonito', también existe el lloro bonito. El de las lágrimas silenciosas que resbalan por las mejillas de un rostro desconsolado pero sin crispación, como el de las vírgenes barrocas o el de Anabel Pantoja, experta en estos menesteres de la congoja. Otros, en cambio, moquean como críos pequeños, y hacen unos pucheros que afean hasta al más pintado. Y eso no favorece a nadie, excepto a Julianne Moore.

Durante la pandemia, uno de cada tres españoles confiesa haber llorado. Los dos restantes no es que no lo hayan hecho, es que no lo han dicho. Serán de la vieja escuela, de la que te obligaba a reprimir los sentimientos hasta que se te formaba una úlcera. Pero entre la contención emocional obligatoria y el desparrame en público, como hacen algunos que han pasado de enseñar sus riquezas a mostrar sus miserias en Instagram, hay un término medio. Ya puestos, es mejor llorar en un Ferrari, que decía María Félix. La Doña lloraba poco, pero sabía dónde hacerlo.