Las llaves

El libro empieza con un guiño a 'El guardián entre el centeno' –«Al igual que le ocurría a Holden, no me da la gana de meterme en todas esas gilipolleces al estilo David Copperfield»– y avanza con saltos hacia delante y atrás en una colección de historias maravillosas sobre la vida del cineasta. Lo mejor es el perfume que desprende cada párrafo, un humor trágico y cómico propio de quien no se toma en serio ni a sí mismo, porque si hay algo que distingue a los verdaderos genios es que no suelen darse importancia.

Yo me identifico en algunas de las cosas que escribe, más bien en su forma de mirar la vida, porque siempre que he tenido algún problema he terminado pensando: «De esto me acabaré riendo». Se me desencadena esa idea en pleno suceso, como aquella vez que bajé a tirar la basura y lancé las llaves de casa al fondo del contenedor enganchadas a la bolsa. «Vaya movida» –me dije– y al instante otra voz en mi cabeza va y salta con la chifladura esa de que esto lo recordaré algún día con una sonrisa. «Algún día... seguro que sí... algún día», pensaba yo mientras trataba de iluminar el interior del contenedor con la linterna del móvil. Eso me ocurre también con el bicho: miro las noticias, voy a las ruedas de prensa, veo lo que está pasando y quiero pensar que algún día todo esto lo contaremos riendo, batallitas de una época que parece de ficción.