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Platón fundó la Academia hace 2.500 años en un jardín de las afueras de Atenas. El lugar óptimo para enseñar el trivium y el quadrivium estaba entre olivos, higueras y laureles. También entre plátanos, como los del parque del Ebro. En el parque del ... Ebro se enseñan cosas distintas. Donde el río, la chavalería, abstemia mayormente como es sabido, se arremolina por simpatía en torno a la minoría que sí le sacude a la litrona y al kalimocho. Los menos trasiegan. Los más comentan animosos sobre el existencialismo de Kierkegaard o debaten a propósito del nihilismo de Nietzsche como sin tal cosa. Están los profes de Filosofía locos de contento. ¿Y los padres? Los padres no caben de gozo al escuchar los silogismos de sus criaturas en el almuerzo del domingo. Canelita en rama. El parque del Ebro es, en los trasnoches del fin de semana, el Lezama de los sofistas del mañana. Aunque a veces el hijo llega a casa trastabillado y vocinglero, cuando no regurgitante. Son ataques de epicureísmo. Lo mismo que antes decían las madres que era que nos había sentado mal la cena. Porque de beber, en el parque, nada. Pero nada.
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