Reconozcamos lo evidente para empezar: pintamos tirando a poco en el concierto español de las naciones. Eso no es culpa de nadie, ni siquiera de los vascos; somos poquitos, y estamos rodeados de muchitos. Y muchitos dopados: en este ring de boxeo, los forales pelean ... con una herradura en cada guante.

Publicidad

Dada esta realidad, conviene preguntarse cuál sería la estrategia posible para que esos poquitos tuvieran al menos la posibilidad de seguir compitiendo en los limitados territorios que le sean propios, y frenar así la lenta pero innegable caída económica que vemos a nuestro alrededor en los últimos 15 años.

Puesto que lo de conseguir un presidente de gobierno riojano estilo Sagasta no parece por ahora factible, la cosa está en conseguir una relación al menos honrosa ente nosotros y el señor del dinero, que viene a ser Madrid. Y en establecer un marco de relaciones institucional que nos permita sacar la cabeza de la mejor manera posible.

Ahí es donde entra el artículo 46. La cosa es sencilla: cuando se hizo, esto de las vacaciones fiscales de los forales estaba muy de actualidad. Básicamente, Europa se ocupó una y otra vez de decirles que esas ventajas que tenían no eran legales. Y entonces, desde Madrid dijeron que vale, que nos dejaban poner en el Estatuto de Autonomía (que es una ley muy importante, ojo, dentro del bloque constitucional) que habría que reunirse porque podría haber agravios con territorios vecinos.

Publicidad

Lo malo es que, tras conseguir que las Cortes de la Nación nos aprobaran eso, que era un pasazo, no se hizo básicamente nada más. En el momento en el que se tenía que haber hecho. Y ahora, una torpeza del gobierno anterior ha obligado a un juez a decir lo obvio: que una negociación no puede ser obligada. Que dos no se sientan si uno no quiere.

Somos los que somos, y eso nos hace débiles. No podemos ser los más grandes ni dar o quitar gobiernos. Pero igual sí podemos ser algo más listos.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad