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He llegado a la conclusión de que los años redondos dejan huellas imborrables. Este año 2020 pasará a la historia de las pandemias y se recordará como el año negro de la monarquía española desde su restauración en 1975. Los detalles que se van conociendo ... de los escándalos de Juan Carlos I no pueden ser más burdos. Según Corinna Larsen, cuando el rey emérito regresaba de sus viajes a los países árabes lo hacía con dinero en efectivo para sus gastos. La cuantía alcanzó hasta los cinco millones. Se guardaban en Zarzuela, donde con una máquina de contar dinero se hacían montoncitos que se unían a otros montoncitos, entre los 200.000 y los 300.000 euros, que regularmente llegaban de Ginebra a través del aeropuerto de Madrid-Barajas, sin conocimiento de Hacienda. Todo ello es tan presunto como asombroso en los detalles que desvela la prensa de todos los colores usando grabaciones y documentos.
Está la cosa como para festejar el 45 aniversario de su coronación que tocaba este año. En eso deben pensar Felipe y Letizia cuando estos días recorren los pueblos de España en alpargatas y con la sonrisa helada. Menudo papelón tiene Felipe VI en su doble faceta, a todas luces inseparable. El corazón partido como hijo y la responsabilidad a que se debe como Jefe del Estado que le exige actuar a la altura del agravio.
¡Ay, emérita majestad!, no alcanzo a comprender cómo siendo cazador no tuvo en cuenta el retroceso del arma empleada que siempre daña al que dispara. La semana pasada le pregunté si le ha merecido la pena ultrajar su reinado cambiando honor por dinero. Solo usted conoce la respuesta, aunque la cosa debe tener su puntito, porque la corrupción es como el mito del eterno retorno y se transmite como un virus pandémico. Hay tantos contagiados por la avaricia y la ambición que entre ellos se miran con comprensión.
Escucho a algunos políticos de primera fila y de reciente hornada proclamar que no van a consentir que el gobierno ataque a la jefatura del Estado. De momento es evidente que es la monarquía la que se ha atacado a sí misma, el disparo en el pie parece ser anterior incluso a la cacería de elefantes de Botsuana. Ya se sabe que la derecha española no es como la francesa que tiene gran tradición republicana, pero deberá aceptar que en la vida los errores se pagan y en la vida pública con más motivo porque exige ejemplaridad. El rey emérito tiene muy difícil recuperar la credibilidad invocando los servicios prestados. Si la institución de la Corona está en entredicho solo hay un responsable para asombro de los propios republicanos. La verdad es dura pero hay que enfrentarla. Felipe VI tiene que tomar decisiones higiénicas y contundentes cuanto antes, salvo que pretenda que los reyes en España sean como el lince ibérico, una especie en extinción.
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