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Si Pedro Sánchez creyó que el anuncio de que él mismo y la ministra de Defensa han sido espiados con el 'sofware' israelí Pegasus aplacaría a sus socios y amainaría la tormenta política desatada tras las escuchas telefónicas denunciadas por dirigentes independentistas, habrá comprobado ya ... hasta qué punto incurrió en un error. Lejos de reducir el ruido, la insólita confesión por parte del Gobierno de que los móviles de su presidente y de Margarita Robles sufrieron hace un año «ataques exteriores» en los que les fue extraída abundante información lo ha amplificado, evidenciado injustificables grietas en la seguridad nacional y alimentado la desconfiaza de otros países. Además, la confirmación de que el CNI intervino con autorización judicial las comunicaciones de 18 soberanistas, entre los que figuran el actual presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, convierte la situación en poco menos que insostenible. El hecho de que esa actuación fuera acorde a la ley no es óbice para esclarecer a la mayor brevedad un caso que afecta a los pilares de la democracia y depurar responsabilidades si fuese necesario.
La demostrada capacidad de resistencia de Sánchez se ve sometida a una dura prueba de fuego al quedar de manifiesto que los servicios secretos bajo sus órdenes investigaron a su principal socio al considerarlo un peligro para el Estado. Lo conociera o no, la estabilidad de su Gobierno está en el aire por la enorme brecha abierta con los aliados que sustentan su precaria mayoría. No es baladí la advertencia de ERC de que este asunto «puede cargarse la legislatura», cuando el pulso en el independentismo catalán le deja sin margen para ser condescendiente, máxime tras ser constatado el espionaje del CNI a Aragonès. La acelerada pérdida de credibilidad del presidente entre los grupos del bloque de la investidura explica su soledad. Incluso Unidas Podemos se ha revuelto, exigido la dimisión de Robles y considerado «gravísimo» el comportamiento del Centro Nacional de Inteligencia como si no formara parte del Ejecutivo, sino de la oposición.
Sánchez no tiene fácil recuperar la confianza de sus aliados, cuya paciencia con él parece acabarse aunque carezcan de interés en un adelanto electoral. La legislatura ofrece inequívocos síntomas de agotamiento a falta de año y medio para su teórica conclusión. Su futuro queda, de momento, a expensas de Pegasus y de las autonómicas andaluzas del 19 de junio.
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