Las librerías se cuentan entre los pocos negocios a los que la pandemia ha alimentado con nuevo vigor, más allá de los que se dedican a la elaboración de ungüentos hidroalcohólicos o a la fabricación de mascarillas, guantes de látex o papel higiénico, que también ... tuvo su momento. El primer confinamiento devolvió a los libros perdidos por casa el protagonismo mágico de cuando en la tele se contaba del uno al dos, de la Primera al UHF. Y lo mismo fue arribar a la nueva normalidad que la peña se echó al monte, o sea a las librerías, a por más leña. Hasta ayer. Porque las librerías no son esenciales y echan el pestillo hasta el 23-F. Bueno, sí lo fueron durante unas horas. Las justas para que los medios hiciésemos noticia de lo que había sido un inoportuno error del Gobierno regional. Un mojón en el peor momento. Que acaba con los libros confinados en los anaqueles de las librerías, «una de las pocas evidencias que tenemos de que la gente sigue pensando», que dijo Jerry Seinfeld. De que alguna gente aún piensa, se le podría corregir al actor/personaje de Brooklin.
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