Resulta que ha llegado Isabel Díaz Ayuso y nos ha enseñado que la libertad no es un concepto complejo como dicen los aburridos filósofos que no saben sino complicar las cosas. La libertad, señoras y señores, consiste en poder tomarse cañas en una terraza de Madrid. Algo tan sencillo y siglos sin descubrirlo. Para qué nos vamos a romper la cabeza enredándolo todo con reflexiones tediosas. Y además, si la libertad va unida a la igualdad desde la primera Declaración de Derechos de 1789, la receta de Ayuso para hacerlas efectivas es la bomba: «En Madrid, ricos y pobres nos entendemos en la terraza de un bar». Ya ven que fácil se arregla todo porque en la terraza del bar el pobre y el rico son iguales. Ambos pueden pedir la cerveza que quieran salvo que uno sea el camarero. La teoría de Ayuso en La Rioja sería: ¡Qué chorra más da ser rico que pobre! Pásame la copa de vino y adiós problemas. Luego se van a su casa y allá se las componga el pobre, que las penas con vino son menos penas.
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Estas ideas para mejorar el mundo que defiende Ayuso les encantan a muchos y con este programa va a ganar las elecciones pero a mí me inquietan. La escalada de tensión y enfrentamiento caracterizan la campaña electoral de Madrid que irradia al resto de España. El debate ha quedado enmarcado en tal nivel de pobreza argumental y en tal desprecio hacia los problemas reales de la gente que empieza asustarme.
No se habla de la desigualdad que está profundizando la pandemia, de la angustia de quienes han perdido el empleo, de la soledad del anciano, de la desesperanza vital de nuestros jóvenes y de tantas cosas importantes que se ocultan tras las simplezas, los insultos y las chulerías de quienes no tienen más programa que su soberbia. Creo que nuestra democracia, garantía de nuestras libertades, aguantará los embates de tanto despropósito pero en este país se están frivolizando demasiado las cosas con una irresponsabilidad insoportable. En plena pandemia mientras sanitarios, voluntarios y demás servicios esenciales (que lo son todos) se esfuerzan por combatirla, en el foro político solo crece el odio y la intolerancia.
Se banaliza la libertad, se niega la desigualdad, se disculpa y alienta la violencia, se generaliza y aplaude el insulto, se fomenta el enfrentamiento, se denigra a las personas y se tolera lo intolerable poniendo en riesgo la convivencia. Es peligroso despreciar la racionalidad mientras se excitan las emociones más primarias, las últimas amenazas son la prueba. Si esta bochornosa escalada no se frena, cualquier día nos llevaremos un disgusto. El rencor y la arrogancia ya han prendido la hoguera. Hay mucho pirómano disfrazado de bombero y demasiados echadores de culpas incapaces de criticarse a sí mismos. Esta locura irracional debe parar antes de que nos devore.
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