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Érase todas las veces. El fondo de los cuentos no es lo mismo que su 'moraleja'. La 'moraleja' es una coda adherida con posterioridad a su fábula, y en general su función es servir de paliativo a los términos más extremos de ésta. A la ... depresión de sus finales infelices, que eran -en su primera versión- mayoría. En cualquier caso, opera 'el recado' mediante un reduccionismo simplista. Las moralejas de los cuentos, de acuerdo a lo correcto en cada tiempo, se vienen reformulando, rectificando, manipulando. Los propios relatos originales -que se remontan, muchos de ellos, a la época de la oralidad, cuando sus historias, sin filtro y explícitas, no se ponían negro sobre blanco, sino que circulaban transmitidas boca oreja, como una mezcla entre pesadilla y maravilla- han sido objeto de escrituras y reescrituras con el objetivo de ir aminorando -de cara a la imprenta y a la publicación en sociedad- su carga de profundidad. Aunque nunca, por muchas capas superpuestas o raspadas que se le hayan infligido, se haya podido extirpar lo que late en ellos; lo que Freud etiquetó -y no ha sido mejorada la catalogación- como... lo siniestro. Porque, nos sea cómodo o incómodo, ¿con qué conectan los cuentos, los cuentos familiares, los cuentos de 'toda la vida' (eso: de la vida), más allá -o sea: más al fondo- de los modelos de comportamiento vigentes en cada momento histórico, de las zonas de confort ideológicas?: en mi opinión, con la experiencia radical de la pérdida, del dolor, de la sexualidad, de la muerte. De la violencia incluso. Tú coges algunos pasajes de las primeras versiones de La Bella Durmiente o de Caperucita roja, y no desmerecen nada en el grado de laceración respecto a algunos pasajes del Tito Andrónico de Shakespeare, o de Santa Clarita Diet (Netflix). Ni siquiera reescrituras edulcorantes, aburguesadas sin duda en el relato, como las versiones 'Disney', pueden en lo visual, en lo estético -es decir: en los sentidos-, en pantalla, eliminar la experiencia primigenia del miedo, de la tristeza, del amor, de la orfandad, de la soledad. La primera vez que se nos muere nuestra madre, o la primera vez que la perdemos es -o solía ser- en Bambi, o en Dumbo. Los cuentos, que lejos de llevarnos al sueño nos lo quitaban, tratan básicamente de estos asuntos. Son artefactos emocionales casi arcanos, y muy testados, por tanto. Van de la conmoción a la catarsis. Son tragedias, vaya, de libro. No consisten en un mero juego de rol entre príncipes y princesas. Todo es muchísimo más complicado. Y no hay un gramo de inocencia. Y son el primer aviso, a nuestra edad primera, de la que vida, ya a corto plazo, no digamos a medio, será ese bosque intricado y nocturno, habitado por lobos con piel de abuelita, con algunas etapas luminosas, eso sí. Un laberinto en el que habrás de proveerte de ayudas, de compañeros de viaje, de lenguajes, de objetos múltiples, de avituallamiento, de disfraces, de estrategias, de vehículos, de valor. En el que habrás de tragarte o besar sapos. En fin, ya el señor Vladímir Propp, que se internó en ese bosque, describió en su Morfología (1928) las muchas variantes de la hoja de ruta que cabe trazar en su fronda, y de todos los elementos que entran en juego. Viene esto 'a cuento' (aquí emoticono con ja, ja, ja) de la polémica sobre el desahucio cuentístico acaecido en una escuela pública de Barcelona. El asunto acusa un reduccionismo similar al que me refería antes. Entonces, dicho esto, no se trata -por ridículo, o aún peor- ni de sacar a Caperucita Roja y a la Bella Durmiente en los mítines de campaña o en las procesiones, como ya estamos viendo; ni -por obtuso- de organizar una purga en una biblioteca de colegio (¿y de qué versiones de los cuentos purgados? Caso de la Bella, por ejemplo: ¿la de Giambattista Basile?, ¿la de Charle Perrault?, ¿la de los Grimm?). Lo que hay que hacer, para intentar aproximarse al fondo de los cuentos y no quedarse en moralejas de ningún tipo, todas ellas interesadas y superficiales; el ejemplo a seguir, sería más bien el de este hispanista norteamericano de 77 años, conocido por 'Pepe Nieves' (a ver, 'Nieves' no por Blancanieves; si no por 'Snow', se llama Joseph T. Snow), que -según contaba la prensa ayer, camino de la semana del libro- lleva yendo medio siglo, cinco días a la semana, a nuestra Biblioteca Nacional para «comprender del todo ciertas obras; porque las creaciones de la literatura mundial son historias que se pueden investigar hasta el último día y aún así no comprenderlas perfectamente» (sic). Ésta es la actitud.

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