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Entre el toque de Horas en Las Huelgas y el toque de fajina en la Milagrosa desaparece Mafalda y aparece La Sor. De la invitación a cantar gregoriano a la orden de callar a campanillazos. Se alegra de entrar en el salón de los listos ... pero le espanta la escalinata que desciende al patio de recreo. Calderos de leche y sacos de polvo, americano, por supuesto, le dan la malvenida.
– Toma, 'pa' que medres.
39 escalones emparedados a cal y ladrillo, sin huecos donde apurar el trago. ¿Dónde destragar el ungüento vigorizante adherido a las mucosas entre la boca de la boca y la boca del estómago? Sin freno el líquido cae sobre el único geranio del cubículo.
– Vaya digestión. Pero, ¿qué comes en casa? Cacho chorizo.
Cacho cachete. Cachetes de embutidos variados. Cachete caricia de Sor Claudia: deambula entre los pupitres, tranquila, jovial, de repente un chasquido y un quejido. Cachete explosivo de Sor Elvira, campechanota, exhibe manos como puños, es un don y ¡plash!, llanto desaforado. Cachete etéreo de Sor Serafina, golondrina a cámara lenta que levanta con la toca una leve brisa, respiración asistida. Por encima del aire, cachete didáctico de Sor Julia: escudriña lejanías y espera que alguien responda a su pregunta. «Lo vais a aprender aunque sea a la de mil». Y susurra historias de mozas desamparadas que la sabiduría convierte en princesas.
La mocetilla ni odia a las monjas ni a los americanos. Existen Sor Julia y Richard Widmark, la pareja ideal. Sor Julia es de la casa, la ve, le llega la armonía de su voz. Richard Widmark es de la casa, lo ve en el Círculo, sus tiros y sus besos le llegan desde la ardiente pizarra. El cura es de la casa parroquial y le llega su sermoncillo.
– Que no, José, que tu niña no hace la Comunión. Que no sabe leer.
– Pero si va a escuela desde que nació. Yo me encargo.
Y Sor José en su carpintería da y toma las lecciones a la haragana escolanta.
- O aprendes por las buenas o por las monjas.
Aprende y una noche ve salir del taller un tiovivo con el abecedario a jinete de los caballitos, las mayúsculas giran en la noria, las «íes» esquivan el tiro al blanco, caen en los coches de choque las «erres» y una cacerolada de «oes» funde el neón que anuncia la atracción de la feria: «Mi papá se ha metido monja». Del susto despierta y ve la frase en la pared del comedor.
– Ha sido ésta, papá. Dale una leche.
– A callar todos, y tú, el domingo, a comulgar. Que ya sabes.
Sor Papá lo manda y la niña comulga con ruedas de catón y unos blanquísimos zapatos de los que conserva quejicas pies de atleta.
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