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Solo cuando estos meses extraños queden sepultados por otros más convencionales será posible disponer de la perspectiva para valorar con justicia lo que está sucediendo. El paso del tiempo disipará el humo que nubla la velocidad de los acontecimientos y amarrará la respuesta a incógnitas ... que ahora se escapan de las manos como pastillas de jabón húmedas. Hasta que ese día amanezca, ya es posible sin embargo tener la medida exacta de la dimensión social y profesional de algunos protagonistas que están jugando papel nuclear entre tanta incertidumbre. Si los sanitarios han merecido con razón el aplauso generalizado, los docentes han dado muestras igualmente de un compromiso inequívoco. Ha tenido que llegar una pandemia, sacar a los alumnos de las aulas y tenerlos en casa 24 horas intentando mantener su disciplina de estudio, para que muchos hayan sido conscientes del mérito de quienes conducen su educación. El confinamiento y la ejemplar adaptación tecnológica a una enseñanza a distancia han servido para erradicar para siempre clichés que algunos seguían manejando. Como el de la escuela como aparcamiento por horas de los chavales o el del profesorado como privilegiados acomodados en rutinas intocables. En mitad del mar de dudas respecto a la manera de rematar el curso y sobre todo cómo se articulará septiembre, el profesorado y las direcciones de los centros han propiciado continuidad donde amenazaba quiebra. Una labor que, además, ha reforzado la imprescindible alianza con las familias pese a la carencia de medidas para la conciliación.
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