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El logro del vigente Estatuto de Autonomía se atribuye al colectivo conocido como los 'treintaydosantes': una invención del lenguaje popular con pinta de trabalenguas, nacida hace casi cuatro décadas. El feliz milagro ocurrió en 1980, cuando veinticuatro diputados provinciales (miembros por lo tanto de ... la extinta Diputación) se aliaron con ocho parlamentarios nacionales para constituirse como asamblea. La asamblea de los 32, alumbrada con la intención de poner en pie la norma fundamental de la autonomía regional. Un documento ahora en trance de renovación si prospera el nuevo texto que remitirá el Parlamento regional a las Cortes, para que una vez aprobado por Congreso y Senado se convierta en el Estatuto que quiere ser: el que regule la vida pública de los riojanos para al menos otros cuarenta años.
Su nacimiento tiene algo de lección de historia. Una de esas enseñanzas que pueden ayudar en esta hora de búsqueda de una concordia similar a la que sancionó la aprobación del primer Estatuto, en la primavera de 1981. Entonces, una foto de Herce colonizaba la portada de Diario LA RIOJA: era el 9 de mayo. Un día antes, esos 32 riojanos (con una única mujer entre ellos, Pilar Salarrullana) posaban para la posteridad, tal vez sin saberlo. Habían puesto su rúbrica al pie de un documento cuyo espíritu se resumía en las palabras con que fue saludado desde esa primera página para la historia: «La primera piedra de una aspiración que se hará realidad el día en que La Rioja pueda, dentro de sus posibilidades y en solidaridad con el resto de España, gobernarse».
Les animaba, como se deduce de estas contenidas palabras, un propósito sencillo. La grandilocuencia con que se entronizó en el conjunto del país la idea de Estado autonómico llegaría mucho más tarde; en aquella hora, nuestros 32 representantes (la mayoría, hijos de las instituciones de la dictadura) se conformaban con impulsar un cambio legislativo que permitiera, en opinión de Joaquín Ibarra, entonces presidente de la Diputación, encajar el ansia autonomista en un concepto superior. El de nación. «Queremos gobernarnos, pero dentro de la unidad de España». Un punto de vista coincidente con el expresado por otros firmantes. Por ejemplo, Luis Javier Rodríguez Moroy, quien hacía suyas esas palabras de Ibarra y se mostraba partidario de «conciliar» las distintas culturas españolas «y engrandecer España». «Reivindicamos la autonomía porque somos algo de vascos, navarros, aragoneses o castellanos, pero no somos ni vascos, ni navarros, ni aragoneses, ni castellanos», advirtió.
Eran palabras entusiasmadas, pero dentro de un orden. El temor a que el frenesí autonomista molestara a aquellos llamados poderes fácticos, siempre amenazantes, explicaba esa contención en los discursos y que por ejemplo el representante de Alianza Popular, Neftalí Isasi, declinara apoyar el Estatuto. «Ojalá nos equivoquemos», confesó cuando denegó su respaldo. Llevaba razón el luego diputado. Se equivocaba. Esa es otra de las lecciones que ofrece la historia: veinte años después, reunidos de nuevo en Yuso los supervivientes de aquel grupo de 32 dignatarios, la unanimidad era ya absoluta. El Estatuto había procurado los mejores y más fecundos años de La Rioja. Dos décadas de progreso. Que dejan el listón muy alto a sus sucesores, esos 33 diputados autonómicos que se disponen a firmar el Estatuto del futuro.
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