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En apariencia, pocos acontecimientos recientes inspiran mayor dosis de optimismo que la triunfal llegada de Alberto Feijóo a la dirección del Partido Popular. A una prolongada trayectoria al frente de la Junta de Galicia, al reconocimiento plural –no solo entre los populares– de su ejecutoria ... de gobernante, se sumaban al atractivo de su estilo político, tan alejado de las estridencias vacías de su predecesor. Incluso Pedro Sánchez podría felicitarse ante la presencia de un jefe de la oposición que no se limitara siempre a descalificar todas y cada una de las iniciativas del gobierno. La recepción del jueves en la Moncloa vendría a sancionar positivamente esa expectativa.
A pesar de ello, sería erróneo pensar que las cosas serán demasiado fáciles para el político orensano. Para empezar, tiene por delante una larga marcha hasta las elecciones generales próximas, en el curso de la cual sobran los factores que pueden ir provocando su erosión. Es claro que las posibilidades políticas de Feijóo serían muy notables entre el corto y el medio plazo. El desgaste de la figura de Pedro Sánchez, en un marco de crisis económica y de permanente rifirrafe con sus socios, con su carga de autoritarismo, encontraría una alternativa de cara a la opinión pública en el discurso de «justo medio» que emplea siempre Feijóo, en apariencia de talante mucho más moderado. El aura de salvador de su partido contribuiría a fortalecer ese atractivo. El obstáculo se alza ya aquí. La política centrista en Galicia ha sido posible porque ha obtenido mayorías absolutas, pero si Feijóo aspira a gobernar, tendrá que contar con Vox, como Mañueco en Castilla-León. Resulta prácticamente imposible que el PP alcance los 176 diputados, por mal que les vayan las cosas a Sánchez. Y Vox será neofascista o neofranquista, pero como acaba de verse en modo alguno acepta la posición de figurante. No veo al consejero castellano-leonés Gonzalo Santonja encajando en un gobierno centrista presidido por Feijóo, a quien por otra parte el ala derechista de su base social y cultural –pienso en Arcadi Espada o tal vez en Isabel Álvarez de Toledo– acusa de nacionalista, y no precisamente nacionalista español.
En general, la derecha de nuestro país no está para suscribir matices, en tanto que la izquierda, tanto PSOE como Podemos, insistirá, y no sin razón, en que la credibilidad de un partido de centro-derecha desaparece al aceptar la coalición con Vox.
Están también las dudas acerca de la renovación que puede aportar Feijóo: algunos nombres de sus colaboradores son poco conocidos y otros miran en exceso hacia el pasado. Una cosa es satanizar a Rajoy y otra ver su gestión como un antecedente válido, dada su responsabilidad en el tiempo feliz de la corrupción. El atractivo del vintage resulta escaso, y más si tenemos en cuenta la divisoria existente entre PP, partido de viejos, de gente de sesenta y cinco años, sobre todo mujeres, y Vox de maduros y jóvenes por debajo de los cuarenta y cinco, lo cual quiere decir que el paso del tiempo juega a favor suyo.
La principal baza política de Núñez Feijóo reside en su propósito de cambiar radicalmente el tipo de oposición, respecto del que ejercía Pablo Casado. Fue el punto fuerte de su discurso en el Congreso del PP. «Estaría con el gobierno» en todos los asuntos de interés nacional, haciendo que este prevaleciese sobre las preferencias de partido. De cumplir esa intención, no estaríamos ante la premisa de un gobierno de unidad nacional, sino ante una normalización de las relaciones y de la comunicación política, similar a la desarrollada en el orden laboral por los pactos sociales encauzados por Yolanda Díaz. Resulta lógico que UP ponga el grito en el cielo ante la derechización que a su juicio ello supone, al incrementar el arco de posibilidades para la política de Pedro Sánchez.
La pelota queda entonces en el campo del actual presidente y este es el riesgo mayor para Feijóo. Los primeros momentos anuncian un posible doble juego: cordialidad personal en Sánchez, necesaria para contrarrestar el impacto del popular, y ofensiva contra él bajo la superficie. En cualquier caso, con tanto tiempo por delante, si Sánchez mantiene su rigidez frente a cualquier iniciativa ajena, lo que pudiera presentarse como oportunidad para Feijóo, acabará necesariamente en frustración.
Entra aquí en juego Vox, que no piensa en ser un simple espectador. Su baza consiste en mantener su oposición pura y dura, insistiendo en las debilidades del Partido Popular, y en este sentido juega también a favor de las dificultades económicas. Los partidos fascistas han sabido siempre aprovechar las situaciones de frustración social, y ello sucede a las claras en la franja generacional a que Abascal destina sus mensajes. Las expectativas de voto respecto del PP son demasiado altas como para que renuncie a esa presión. Tras el coro de aplausos, a Feijóo le espera un cerco de dificultades.
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