Tuvo el miércoles la despedida de los Trump algo de número de mago a lo chinesco, de esos que saca Woody Allen en sus películas y que hacen que, por ejemplo, desaparezca su madre. Consistió en una puesta en escena típica del truco de los ... dos armarios. Ése en el que alguien se mete en un armario o en un baúl y ¡zas!: reaparece en el otro armario o baúl, que igual está plantado en la otra punta del escenario o del propio teatro. O del país. Solía lograrse el efecto mediante trampillas. Los Trump, Donald y su partenaire, la bella Melanie, realizaron de este número del desplazamiento, con transformación incluida, la versión del avión: te metes en un avión con un vestuario y un cargo (que no de conciencia) ex-presidencial y sales del mismo avión, al cabo de un rato, en una península a miles de kilómetros, vestido de otra manera y sin cargo (que no es lo mismo que sin cargos, eso se verá). Y todo hecho mediante 'trumpillas'. De todas maneras, estoy hablando yo de este tipo de mago, chinesco de pega, de la noble estirpe del «Acuario», o sea, la de lo artículos de broma marca «San Romà» (el encendedor pica-dedos o las bombas fétidas), y Trump es, en cambio, mucho más de David Copperfield y de sus números megalómanos. Como, ése que le hizo ganar las elecciones anteriores y que consistía en hacer ¡América más grande! No le ha salido, desde luego. Pero le ha dado igual a 75 millones de votantes que miraron para otro lado, que es lo que los magos intentan que haga el público para que no adviertan la trampa. Lo hizo también Copperfield con la estatua. O véase, sin ir más lejos, el último número que montó Trump, con mucha producción, gran aparato y figuración de blockbuster. Estuvo a punto de hacer desaparecer, a la vista del espectador, el mismísimo Capitolio, con la democracia dentro. Y no está muy claro si a la finalización del show lo hubiera devuelto o se le hubiera quedado. Copperfield, al menos, hizo desaparecer la estatua pero no la libertad. Espera, espera, que ahora no recuerdo, tampoco, si Copperfield devolvió o no la estatua. Volviendo a la magia de los Trump: la sensación, como siempre, el 'prestigio', como lo llaman los magos, estuvo en la partenaire. Melanie se montó en el Air-Force-One (caja de mago volante donde las haya) de luto total, de viuda nacional, con un atuendo que sumaba, todo en oscuro, Dolce & Gabanna, Chanel, Loubotin, Hermés y Botagge Veneta y reapareció descendiendo del mismo Air-Force- One con un vestido estampado en tonos más alegres, una resurrección, aunque con el mismo acompañante. Por el momento. Éste, por su parte, se quiso rodear en Saint Andrews (que no es un Colegio Mayor, sino una base militar) de una play list que le regalara los oídos y acompañara su declaración de amor. Gloria como detalle a la partenaire, el YMCA para levantar la moral de su somatén y el apéndice de Florida y el A mi manera de Sinatra para apropiarse de su épica, exceptuando su penúltimo verso, supongo, cuando se reconoce que: «He tenido mis fallos y mi parte de perdedor». Luego, el pase mágico: ¡Mar! ¡a! ¡Lago! Y 'zas', aparezco en Florida. No obstante, la no-despedida de Trump me recordó a las no despedidas del Doctor Fu-Manchú, en la coda final de sus películas, cuando Christopher Lee, el Fu-Manchú de mi quinta, vestido como para anunciar flan chino mandarín, mirando directamente a la cámara –hablo de El castillo de Fu-Manchú o de Fu-Manchú y el beso de la muerte, que me pirraban– se refrotaba las manos (sin clavarse las uñas, recién hechas) y nos advertía aquello de –cito de memoria– «el mundo volverá a saber de mí, os lo aseguro». Aunque su reaparición nunca se producía fuera de una novela o de una película. Yo espero, al menos, que Trump no se reaparezca como la madre de Woody Allen en Edipo reprimido, en el cielo de Manhattan –ni siquiera en el de su propia Torre– controlando. El caso es que ahora mismo el peligro amarillo persiste; quiero decir el de su tupé.
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